La gente está cada vez más asustada. Rajoy se ríe de todos, mientras fabula las supuestas maravillas del 2014. Pero lo más aterrador es ese goteo de medidas, proyectos y leyes encaminados a revisar de cabo a rabo la reciente trayectoria democrática y a desmontar el incipiente Estado del Bienestar. El salario mínimo congelado, el aborto prohibido de facto, el orden público encomendado otra vez a la autoridad gubernativa, los derechos laborales dinamitados, los servicios públicos en fase de derribo... Se habla de un bienio autoritario o un bienio negro. La legislatura se ha convertido en una segunda transición hacia las utopías ultraconservadoras. Con todo el sistema crujiendo por las junturas, con las instituciones sumidas en un desprestigio casi absoluto y con los nacionalismos periféricos ganando terreno, audacia y voluntad independentista, el bienio siguiente aparece como un escenario perfecto para que el PP, en su versión más radicalmente reaccionaria, pretenda convertir lo peor en mejor conduciendo España a un punto sin retorno. ¿Y después...?

La derecha quiere poner el contador a cero y recuperar el control. Recuperarlo plenamente, quiero decir, y utilizarlo sin complejos para poner en pie un nuevo modelo político y económico. Aspira a ello porque está cada vez más segura de que nadie le va a disputar el poder en los próximos años. Si el PSOE estuviese un poco más fuerte y fuese un poco más creíble, si IU dispusiera de líderes más carismáticos e inteligentes, si los sindicatos de clase no se derrumbaran a ojos vista, si la vieja y la nueva izquierda intentaran entenderse y actuar juntas... ¡ah!, entonces quizás Pedro Arriola, eminencia gris de Mariano Rajoy, tendría motivos para preocuparse. Pero como no es así, en Génova y en Moncloa están que se salen.

Los conservadores llegan al 2014 creciéndose y ven cómo se les abre de par en par una ventana de oportunidad. Ven que la gente está harta de política, que la oposición carece de pegada, que la calle se apaga poco a poco... y se frotan las manos. Para ellos es como un sueño. Para los demás, me temo, una pesadilla.