Escuchar a Raúl Burillo, el inspector de Hacienda que dirigió las investigaciones relacionadas con los más estupendos escándalos políticos y empresariales habidos en Baleares, produce una aguda inquietud. Él, que es un caballero elocuente, suele recomendar a quienes van a escucharle que, si son proclives a la depresión, pasen del tema y se vayan a tomar una caña. Pero, ojo, no cuenta morbosas confidencias sobre lo que sabe (que sujeta rigurosamente al deber de sigilo que impone su puesto), sino la exacta situación de nuestro sistema tributario. Con eso basta para dejar a las audiencias estupefactas. Porque las descripciones de Burillo demuestran con aplastante sencillez que a este país lo están manteniendo a flote los contribuyentes de las clases medias asalariadas, sujetos a una presión fiscal que raya en lo confiscatorio. Las sociedades, los especuladores, los ricos de verdad ponen una miseria. Lo gordo sale de quienes declaran rendimientos personales de entre 15.000 y 60.000 euros anuales. Esos benditos apoquinan mucho más que sus homólogos de Alemania o Francia, estados cuyas haciendas obtienen sin embargo un porcentaje de los respectivos PIBs bastante por encima de lo recaudado en España. ¿Y como puede ser eso? Pues porque aquí los de arriba se van de rositas.

Así no hay forma de equilibrar las cuentas públicas. Entre lo que pueden eludir tranquilamente las grandes fortunas (en España sólo cuatro gatos declaran ingresos personales por encima de los 60.000 euros anuales) y las sociedades, y lo que defraudan aquellos que saben y pueden hacerlo, los ingresos no permiten abordar el gasto real de las administraciones. Se superponen en España dos países, el de los que dejan en la caja común unas migajas y el de quienes, entre IRPF e IVA, apoquinan más de la mitad de lo que ganan currando a lomo caliente.

¿En qué país vive usted?, preguntaron a Rajoy en el Congreso. La respuesta es obvia: en el de arriba, en el de los muy pudientes, en el de los que pillan, en el de los que ven la luz al final de túnel (dentro del cual también gozan de una estupenda iluminación). Ahí habita. Tan ricamente.