Existe en los partidos y coaliciones minoritarios una euforia que tiene mucho que ver con el rotundo revés sufrido en las europeas por el bipartidismo. Pocos han reparado en las proyecciones que ya se han hecho para calcular qué daría de sí el resultado del domingo en unas generales. Por un lado la participación e incluso la actitud de los electores no sería la misma (calculen ocho millones más de papeletas en las urnas), pero además, aun calcando los porcentajes del otro día, el valor de los sufragios cambiaría bastante. Acabamos de votar en una circunscripción única, una sola lista. Ahí, la proporcionalidad corregida diseñada por d'Hondt funciona bien. Los escaños se distribuyen de forma razonable. Grandes y pequeños entran en el reparto (la Primavera obtuvo un escaño con menos de trescientas mil papeletas). Pero, atención: en unas generales las circunscripciones son provinciales y en buena parte de ellas los escaños en disputa son tres (como en Huesca o Teruel). El primero se lleva dos, el segundo sólo uno... los demás, a verlas venir. La proporcionalidad salta por los aires. El bipartidismo encuentra ahí su mejor hábitat.

En las próximas generales, el PP e incluso el PSOE recuperarán tono. Tal vez no como antes, porque se están produciendo cambios sustanciales en el comportamiento del electorado, pero lo suficiente para sostener el Sistema en su actual versión. Puede que el PP no logre recuperar a su electorado más crítico por mucho que derroche comunicación y pedagogía (para explicar por qué los españoles de a pie somos cada vez más pobres) o que en el congreso extraordinario del PSOE no ocurra milagro alguno que saque a la socialdemocracia española del pozo donde se ha metido, pero las provincias maquillarán el desarreglo.

Por eso, la construcción de plataformas electorales potentes es imprescindible. Si de un lado no parece lógico que UPD y Ciutadans vayan cada uno por su lado, menos sensato será que Podemos, IU, CHA y las izquierdas sociales no confluyan en un pool capaz de romper, de verdad y en unas generales, ese bipartidismo contra el que todos ellos claman.