Lo del jeque árabe que ha de quedarse finalmente con el Real Zaragoza me ha parecido un detalle fabuloso. Aún no sabemos cómo se llama el príncipe, pero su delegado en Zaragoza, solicitadísimo, anuncia que invertirá veinte kilates en una operación de lo más enrevesada, que, a su vez, dará continuidad a la emprendida por Casasnovas y los otros... ¿intermediarios? Es éste un barullo genial, que trae consigo el aroma y la resonancia de cuantas quimeras han recorrido la Tierra Noble en los últimos decenios. El relevo de Agapito se ha convertido al fin en un chiste sin parangón. Ayer quise saber quién y para qué querria comprar el Zaragoza, que es pura ruina, un pecio sin valor de intercambio, un paquete de deudas y líos, una mierda pinchada en un palo. No llegué a enterarme de nada, pero me reí cantidad. Y aquí es cuando he de reconocer ante ustedes que, en el fondo, estas películas me encantan. Si del surrealismo a la simple estupidez hay un trecho muy corto, lo mismo ocurre entre el encabronamiento y el deshueve. Me apunto a lo último.

Es impresionante comprobar cómo por Aragón siguen desfilando impertérritos los monstruos y los fantasmas: jeques, millonarios exóticos, inversores paquistaníes, hombres de negocios llegados desde los rincones más oscuros del Mediterráneo, visionarios, dedéslasardine, piratas en avión privado, estafadores pregonados, inventores, fabricantes de avionetas y coches eléctricos, magos de la economía, jetas, mamarrachos, arquitectos emblemáticos, pilotos de Fórmula Uno, artistas del pelotazo, marchantes... Y todos ellos alcanzan su momento de gloria y aparecen en la primera de los diarios y abren informativos de radio y televisión. Luego, si tienen suerte (y muchos la tienen), se levantan una pasta a puro huevo o en comanditá con algún indígena espabilado (político, constructor o intermediario). Vengan pues jeques, emires, califas y sultanes. Agapito se levantó a nuestra costa no menos de cien kilates pillados por lo derecho y (presuntamente) por lo torcido. ¡Y sólo era un constructor soriano!

Qué risa, madre mía.