Reconozcamos en la elección del secretario general del PSOE una notable exhibición de democracia interna. Sí, el proceso ha sido demasiado rápido y superficial, demasiado condicionado por la propia naturaleza de un partido determinado por sus aparatos, demasiado rígido en los procedimientos... Pero ninguna fuerza política española había hecho hasta hoy cosa parecida. Con independencia de la opinión que se pueda tener de Pedro Sánchez, su designación marca un hito y es un ejemplo al que los demás no podrán sustraerse. El tiempo de los liderazgos cooptados o pactados en congresos controlados está quedando atrás. Los socialistas pueden sentirse orgullosos de haber dado un primer y decisivo paso. Lo han hecho porque no tenían ya mejor salida, pero eso no elimina el mérito de un método que se ha demostrado perfectamente factible y evidentemente participativo.

Detrás de Sánchez y del derrotado Madina se han movido muchos intereses, y por supuesto la victoria del primero deja abiertas numerosas incógnitas. El nuevo secretario general aún tiene mucho que acordar con Susana Díaz, su evidente madrina: ha de organizar un Congreso, ha de ventilar las primarias (y ya veremos cómo), ha de trasladar la calidad democrática de su elección a las federaciones del PSOE... y ha de reformular el programa y las maneras del partido. Mucho tajo. Queda además por ver si aún está a tiempo de reanimar una organización que lleva años haciendo el zombi.

El PSOE sólo se puede mover hacia la izquierda si quiere, al menos, recuperar el centro. De hecho, el espectro político español está tan virado a la derecha que algunos comentaristas del TDT Party han llegado a considerar socialdemócrata a Rajoy en contraposición a la conservadora Aguirre. Esta es una situación demencial en la que los socialistas no pueden instalarse (entrando en el juego de la gran coalición) si aspiran a no seguir el rumbo de sus compañeros griegos o italianos.

Mientras, las izquierdas intentan buscar salidas a sus enrevesados (y superpuestos) laberintos. Todos están esperando a Podemos. Y Podemos... hace lo que puede. De momento.