Muy inteligente el artículo (publicado ayer por este diario) del colectivo Acera Peatonal. Se titulaba Los ciclistas son bellas personas y aludía en términos razonables al conflicto que plantea en Zaragoza la circulación de bicis por los espacios destinados a los viandantes. La conclusión es simple y evidente: sintiéndose inseguros en la calzada, los ciclistas trasladan la inseguridad a las aceras. Así, el coche sigue ganando la partida. Y el problema (esto lo añado yo) es el coche.

Zaragoza es una ciudad mal planificada. Su crecimiento a golpe de pelotazo ha entrado en contradicción con la calidad de vida de muchos vecinos: demasiados desplazamientos, demasiado tráfico, demasiada contaminación, demasiados ruidos... por no hablar de los servicios básicos y los equipamientos. Si las cosas se hubieran hecho de acuerdo con los intereses mayoritarios, la movilidad habría tenido alternativas más lógicas (tranvía y carril bici en redes desarrolladas de manera natural) y el coche privado no hubiera sido investido dueño y señor de la ciudad. Pero como las cosas no fueron así, ahora hay que ponerse al día aunque sea atropelladamente (nunca mejor dicho).

Las bicicletas no son para las aceras. Necesitan unas calzadas pacificadas. Por suerte, el uso del coche está en retroceso (sea por el influjo del tranvía, por los cinturones o por la crisis). No obstante es ese vehículo, el automóvil, el que sigue produciendo los peores impactos. Con muchísima diferencia.

También ayer, la minicrónica de sucesos recogía un choque entre coches en el Actur con siete heridos, otra persona herida al caerse dentro de un autobús (accidente habitual por aquellos de los acelerones y frenazos), dos personas atropelladas al cruzar la calzada por pasos-cebra y dos conductores detenidos en otros tantos controles por circular de noche sin luces y posiblemente bebidos. Lo de todos los días. Aunque no causa tanta sensación como cualquier noticia similar protagonizada por una bici o el bendito tranvía. Que causan menos accidentes y ninguno especialmente grave, pero provocan los aullidos constantes de una claque incansable.