La Galliguera debería ser un lugar privilegiado. El Gállego la recorre con sin igual alegría a la sombra de los Mayos de Riglos. Pero ahora, en los pueblos de aquella ribera, la contaminación por lindano se ha convertido en una amenaza directa que durará decenios... Y encima el proyecto para construir un pantano en Biscarrués pende de nuevo como una espada de Damocles y amenaza directamente el principal reclamo turístico de la zona: los deportes de aventura en el río. No cabe una situación más disparatada y triste. Es consecuencia del desprecio por las auténticas esencias del país que ha pervertido y pervierte a los jefes políticos (cuya actuación en la crisis del lindano está siendo lamentable), y a buena parte de una opinión pública adicta a los falsos lugares comunes.

Hay quienes creen que amar Aragón es acogerse a los estereotipos de una historia mal entendida, utilizar los recursos de esta tierra exprimiéndolos sin freno ni criterio, despilfarrar el dinero público, envidiar a Cataluña, plegarse a Madrid y adornar el cóctel con unas guindas folclóricas. El Compromiso de Caspe y El Guitarrico, el lapao y el lapapyp, el "aquí estamos, jefe, utilízanos", las aleluyas a todo lo que sean infraestructuras de gran impacto, el victimismo hueco, el triunfalismo oficial... Esta semana nos contaron que la inversión regionalizada que nos atribuyen los Presupuestos Generales del Estado subirá siete puntitos después de haber bajado ¡setenta! en los últimos cinco años.. Y qué alegría en el Pignatelli y qué celebraciones porque habrá pasta para los dos pantanos malditos (el recrecimiento de Yesa, que engulle millones por decenas solo para asentar los apoyos de la futura presa, y el citado de Biscarrués). Otros objetivos mucho más perentorios y fundamentales no reciben ni un céntimo. A cascarla los reparos medioambientales o sociales.

Amar la tierra significa cuidarla y protegerla, defender su integridad, contribuir a que nuestros hijos la reciban más próspera pero también más hermosa y habitable. Pero aquí, los de arriba, salvo escasas excepciones, se dedican a todo lo contrario. Luego se visten de baturros, y apañado.