Cuando digo aquí, me refiero a cualquier parte de mi anatomía. Porque mi hartazgo es absoluto. A estas alturas es todo ya tan obvio, tan evidente, que el mero hecho de debatir sobre ciertas cosas produce una pereza invencible, un aburrimiento total.

Vean ustedes el caso de Nicolás, el veinteañero que se infiltró hasta lo más profundo del poder sin más pasaporte que sus delirios, su verborrea, un buen traje, un coche con escolta y un carnet de las Nuevas Generaciones del PP. ¿Qué cabe deducir de este chusco episodio de la actualidad? Pues que los ritos institucionales (sobre todo si los oficia la derecha, maestra en ese arte) son apenas un teatrillo accesible a cualquiera, siempre y cuando lleve el disfraz adecuado y pronuncie las palabras mágicas. Casi todo es mentira, los trepas y los jetas pululan por doquier, los hábitos (traje a la medida, camisa blanca de popelín o seda con puños para gemelos, corbata ad hoc y zapatos de artesanía) hacen al monje (paniaguado simple, comisionista, conseguidor, estafador o mangante). Nicolasito es la calcomanía juvenil de los blesas, ratos, acebes y bárcenas, por eso entraba en los palacios y se codeaba con los jefes. Mientras buena parte de sus coetáneos clamaba contra la casta, él se disfrazaba de castizo. Y colaba.

Es obvio que la economía no despega ni de coña... que el Sistema está entregado a los intereses de la burocracia que maneja las grandes compañías y bancos... que España acumula una deuda impagable e ilegítima... que el actual Gobierno pretende privatizar los servicios públicos para generar nuevos nichos de negocio... que ese mismo Gobierno (y su terminal madrileña y sus agentes mediáticos) sobreactúa al celebrar la curación de Teresa Romero tras haber apostado de entrada por culparla del contagio y esperar a que su probable fallecimiento convirtiera en versión única la mentira del fallo humano... que Hacienda no somos todos sino sólo quienes cotizamos como personas físicas por ingresos totalmente controlados... En fin, no hay que ser ningún lumbreras para captar la situación. Es todo demasiado evidente. Y ya carga.