Es cierto que la votación celebrada el domingo en Cataluña careció de controles y garantías, además que estar absolutamente mediatizada por los agentes independentistas, los únicos presentes en el evento. Pero no es menos verdad que esto fue así porque el Gobierno central se empeñó en cerrar todas las puertas a cualquier solución que hubiera convertido la consulta en un acto homologable, con reglas definidas y plenamente democrático. Tales para cuales, los nacionalistas centrífugos y centrípetos han ido a lo suyo (por activa o pasiva), como si lo que hay en juego fuera simple folklore.

Tengo por seguro que, si en Cataluña hay dos millones de personas permanentemente movilizadas en pos de un objetivo político (la independencia), habrá que abordar el asunto con realismo y darle la única salida posible en una sociedad que se supone libre y participativa: solventar las diferencias con un debate abierto, una negociación razonable... y urnas. Aunque, por otro lado, el hecho de que el proceso participativo sólo logre la adhesión de la tercera parte de la población mayor de edad evidencia que no estamos ante un proceso soberanista indiscutible, cuando el entusiasmo popular adquiere proporciones incontestables. Porque, ojo al dato: decidir la independencia de un territorio (y me atengo a la doctrina canadiense al respecto) exige una participación masiva y una mayoría cualificada. La voluntad colectiva ha de ser muy superior al simple 50%.

Digan lo que digan los nacionalistas periféricos, mal irán las cosas si Europa se disgrega en microsoberanías: catalanes, vascos, bretones, escoceses, galeses, padanios, vénetos, flamencos... todos ellos pastoreados por la gran Alemania, cuya unidad (construida, ¡no se olvide!, mediante un federalismo complejo) no fue puesta en duda ni cuando el país permanecía dividido. Sin embargo, esta Unión Europea de ahora, capitaneada por el corsario fiscal Juncker no puede emocionar a nadie en su sano juicio. Ha de ser reconstruida desde otros principios y con otros objetivos.

Un día, Cataluña votará (de verdad). Ojalá entonces decida quedarse.