Bueno... el presidente del Congreso, Jesús Posada, matizó ayer las paridas que soltó el lunes a propósito de los viajes que realizan sus señorías por cuenta del contribuyente. En todo caso, carece ya de sentido escandalizarse ante la torcida idea que tienen las/os jefas/es sobre lo que es lícito, ilícito, correcto o incorrecto. Sólo cabe esperar el cambio de ciclo político, y a ver si tal cambio nos sitúa en línea con los mínimos éticos y estéticos habituales en los países más avanzados; sí, ésos donde una ministra o un ministro dimiten por haber usado de forma indebida su tarjeta de gastos para comprar una chocolatina, o por copiar parte de una tesis doctoral, o por quitarse una multa de tráfico.

Interesa aclarar, en relación con este tema de los viajes, una cuestión que ha surgido de forma recurrente estos días y que apareció en los argumentos usados inicialmente por Posada y Alfonso Alonso, el portavoz del PP: el supuesto derecho de diputados y senadores a su privacidad (¿?). No es un planteamiento nuevo. Salió a relucir tiempo ha, cuando fue noticia (por su súbito e inexplicable enriquecimiento) la entonces amiga del exalcalde de Zaragoza y exparlamentario europeo, Antonio González Triviño, o cuando se conocieron las tristes peripecias del dirigente socialista aragonés Carlos Piquer, o más recientemente al revelarse que los fines de semana en Marbella del juez del Supremo Carlos Dívar eran pagados con dinero del común. Pero en todas esas situaciones, como en la del exsenador y presidente de Extremadura, José Antonio Monago, o el dimitido diputado por Teruel, Carlos Muñoz, la difusión y crítica de los hechos no tenían como objeto la naturaleza privada de lo sucedido. A nadie importaba qué tendencia sexual, arreglo amoroso o contubernio andaba de por medio, sino un factor esencial: que las idas y venidas y los placeres íntimos se estaban pagando total o parcialmente con dinero público. Y ahí está clave: lo que paga el público es público, debe ser transparente, estar controlado y servir estrictamente los intereses generales. Luego, con su pasta, que cada cual haga de su capa un sayo. Faltaría más.