Llevar al banquillo a una hija del Rey anterior y hermana del actual, demuestra dos cosas: una, que en este país hay funcionarios (en este caso el juez Castro) capaces de sostener su independencia de criterio por encima de cualquier presión o temor a las consecuencias; otra, que por muy devaluada que esté hoy la democracia urdida en el 78, conserva aún suficiente fortaleza como para soportar las más arduas pruebas, a poco (y ahí está el tema) que sus agentes conserven algo de valor y de vergüenza. Sería bueno que quienes llaman a tomar el cielo por asalto fuesen conscientes de ello. Por supuesto, los otros, los que se han adueñado de ese mismo cielo e intentan reservárselo para sí y sus amigos, son ya incapaces de captar el potencial (a la hora de resistir y de luchar) que aún anida en la ciudadanía y en algunos de sus servidores.

Con sus momentos de gloria y sus meteduras de pata, Podemos está ahí y no parece que los esbirros del Sistema sean capaces de hacerlo desaparecer. El domingo, Pablo Iglesias llenó el pabellón de Vall d'Hebrón hasta la calle y más allá. Según los analistas ortodoxos su discurso estuvo repleto de calculada indefinición. En realidad abrió (¡por fin!) una nueva línea de debate político en Cataluña, rompiendo la obsesiva pugna entre nacionalistas para colocar en primer plano las contradicciones de verdad, las de naturaleza social y económica. Por eso prescindió de banderas, fustigó sin piedad a las mafias convergentes y maldijo a los patriotas (Pujol, Rato) que se llevan el dinero a Suiza. Si eso es indefinición, ya me dirán ustedes.

Podemos (con las encuestas asignándoles tozudamente cien diputados en las próximas generales) acapara la inquina de casi todos los que disfrutan de algún poder en las Españas. Así, Hernando, el nuevo portavoz parlamentario del PP, un tipo especialmente prepotente y faltón, dijo que la nueva y pujante formación no pasaría la prueba del algodón. Caca, caca. Pero, claro, que eso lo diga el representante de un partido que tiene a cientos de sus dirigentes y cuadros en los juzgados es de risa. Y el personal se da cuenta. Anda que no.