Amenudo, Mad Men mostraba un mundo perdido. Don Draper, corbata desanudada, hecho un pincel, flequillo bajo control, en el red eye, el avión entre Nueva York y Los Ángeles, agasajado por la azafata.

Una bebida (whisky, claro), un asiento cómodo, un servicio de altura, de cuando volar era un placer. Ahora, en cambio, es una indignidad a no ser que, como George Clooney en Up in the air, se disponga de no sé cuántas tarjetas vip que permiten saltarse otras tantas colas y otorgan unos cuantos centímetros más entre asiento y asiento. Para ello, eso sí, hay que pagar un pequeño peaje: dejarse gran parte de la vida y de la hacienda entre nubes.

Las colas en el aeropuerto de El Prat de Barcelona de los últimos días a causa de la huelga de celo previa de la huelga de verdad de los empleados de seguridad del aeródromo son la última, o la penúltima, que nunca se sabe ya. Caulquier día será en otro aeropuerto, da lo mismo. Volar es hacer colas, y por tanto, perder el tiempo: en el check in (si no se hace en casa), en los accesos de seguridad, en la puerta de embarque, en pasaportes, en recogida de maletas...

Según adonde se vuele y según en qué aeropuerto, se dobla o se triplica la cola de los controles de seguridad. Los refinados métodos de humillación de las compañías low cost a cambio de billetes baratos añaden incomodidad a las esperas que los pasajeros se ven obligados a realizar para poder volar de un sitio a otro.

Por no hablar de los casos de overbooking, de cláusulas abusivas, de retrasos, de falta de respeto, de abusos en nombre de la seguridad según adonde se vuele, según quién te interrogue, según el país.

La culpa en el fondo la tenemos los pasajeros, que aceptamos procesos de seguridad que en ocasiones no tienen ni pies ni cabeza (tirar en una conexión la botella de agua que hemos comprado en el aeropuerto de origen después de haber pasado la seguridad), que en nombre del precio damos por buenos los abusos de las low cost, que hemos interiorizado que volar barato es indigno y que, por tanto, la dignidad y cierta comodidad en un avión se pagan a precio de oro.

Y que hemos habituado a gestores y trabajadores de empresas públicas a ser pacientes rehenes de sus conflictos laborables. Total, las colas nos salen la mar de ordenadas.

*Periodista