Dos amigas están en una cafetería de la Castellana tomándose un Dry Martini a medio día. Son de mediana edad y van vestidas, muy monas, estilo casual. Eso sí, todo lo que llevan puesto es de marcas carísimas, desde los bolsos a los pañuelos de seda que abrigan sus cuellos de forma evanescente. Esperan a sus maridos para irse a comer a Zalacain, uno de los restaurantes más exclusivos de Madrid. Parecen excitadas al comentar las últimas noticias.

Una: Pues chica a mí la sentencia del caso Nóos me ha parecido magnífica. Un ejemplo de cómo se aplica la justicia en España. Que ya está bien de aguantar protestas callejeras. Figúrate lo que ha tenido que pasar la infanta. ¡No hay derecho! Hacerla pasar a la pobre mujer por un juicio, con preguntas personales que a nadie importan. Es que ya no hay educación, ni respeto a la monarquía, ni nada. Ahora quieren que todos seamos iguales, y que todos pasemos por el aro. Menos mal que Cristina estuvo bien: no dijo ni mu, no se acordaba de nada, no sabía nada. Así, así: hay que dejar clara la posición social que cada cual ocupa. Calladita y con la cabeza bien alta. ¿Te diste cuenta?, a veces miraba a los abogados con un desprecio infinito. Aunque por dentro, yo creo que sufría la pobre. Pero, oye, absuelta de todos los cargos, y le toca a devolver.

Otra: Y qué me dices de su marido. Seguro que no pisa la cárcel. Una fianza y a casa con su adorable familia. A ese fiscal, ese tal Horrach deberían darle una medalla. Más que fiscal parecía el abogado defensor. Con lo que han tenido que soportar esa pareja tan distinguida. Exiliados a Suiza como vulgares emigrantes, soportando ocho meses de insultos y miedos a lo que les podía caer encima. Aunque, entre tú y yo, creo que su hermano el rey Felipe y su padre Juan Carlos les han echado una manita, vamos que han movido cielo y tierra para que la niña saliera ilesa de esas acusaciones tan feas. Envidia, que hay mucha envidia en este país y nos miran con lupa a ver dónde nos pueden pillar. ¡Por favor! Estamos sufriendo un auténtico acoso. Porque digo yo, que es un honor para todos los españoles que nos representen por el mundo personas tan ilustres como Don Iñaqui Urdangarin, con sus negocios de representación, y la infanta trabajando en La Caixa, tan humilde ella, aunque no haga nada. Agradecidos deberían de estar todos esos rojos arrogantes que han salido de los barrios para malmeterse con las clases altas, las que mantenemos privilegios por cuna, nacimiento o simplemente apellidos. Cada uno en su sitio. Así ha sido toda la vida y así debe seguir siendo.

Sobre las dos llegan sus maridos a buscarlas para irse a comer. Se les ve ufanos porque acaban de cerrar negocios estupendos. Ellas les comentan la conversación tan apasionada que llevan entre manos. Entonces, uno de ellos puntualiza con sentido del humor: «Ha sido una operación perfecta: la infanta ha recibido la absolución sin pasar por el confesionario». Los cuatro se parten de risa.

*Periodista y escritora