La actual hecatombe migratoria producida por la llegada de miles de personas a Europa huyendo de la guerra, la represión política y la miseria, parece haber atrapado los valores e ideales de la UE en las hirientes alambradas erigidas en sus fronteras. Ello ha puesto de manifiesto las carencias en cuanto a la deseable solidaridad y cohesión interna a la hora de encarar un problema tan grave cual es la mayor ola migratoria ocurrida en Europa desde el final de la II Guerra Mundial. Como señalaba José Antonio Bastos, presidente de Médicos sin Fronteras, el dolor de los refugiados muestra el fracaso del sueño europeo, puesto que la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados parecen haber naufragado en un inmenso océano de egoísmo y xenofobia.

Estos días, releyendo la obra del jesuita Daniel Izuzquiza titulada Notas para una teología política de las migraciones (2010), hallamos algunas reflexiones tan sugerentes como actuales. En primer lugar, constatamos con pesar que, tras la caída del Muro de Berlín en 1989, han ido surgiendo otros nuevos muros de la vergüenza que separan a "los otros" de "nosotros": las vallas de Ceuta y Melilla, las que existen entre EEUU y México, los muros que limitan Israel de Palestina o más recientemente, las concertinas erigidas por el gobierno húngaro de Viktor Orbán, incumpliendo así no solo las normas de la UE sino también los más elementales derechos humanos. Frente a estos muros, cada vez más altos, cada vez más infranqueables, Izuzquiza, desde una teología de la liberación comprometida con la justicia social, demanda la necesidad de globalizar la solidaridad. Ello me recuerda a José Saramago cuando, preguntado en cierta ocasión sobre qué opinaba de la globalización, respondió que dependía de cual de ellas se tratara para añadir, acto seguido, que era un firme partidario de la "globalización del pan", esto es, que toda la Humanidad dispusiera de una alimentación digna para que el hambre se erradicase para siempre en el mundo.

La integración de las personas migrantes en los países y sociedades de acogida es un reto, no siempre fácil, que debemos asumir. Desde una visión positiva, este fenómeno aporta savia nueva a nuestra envejecida Europa, a nuestro despoblado Aragón. Ciertamente, la diversidad ha sido siempre un valor, también en este mundo globalizado, en esta sociedad cambiante y cada vez más mestiza pues ello significa la existencia de voces plurales, diversas y todas ellas valiosas. Un factor determinante de la integración es la escuela inclusiva, aquella que, supera planteamientos segregacionistas y enfoques como la educación compensatoria, por el riesgo que supone de estigmatizar a los escolares de las minorías. Pero, al mismo tiempo, debemos estar alerta para que este proceso no sea instrumentalizado por ideologías y partidos xenófobos.

La integración es un fenómeno complejo que tiene como objetivo el ejercicio pleno y efectivo de los derechos de las personas migrantes. Estos deben abarcar tres niveles para ser efectivos: dignidad humana y derechos fundamentales, derechos socioeconómicos y culturales, así como los derechos políticos. En consecuencia, hay que evitar todo tipo de legislaciones y actitudes que, de forma abierta o subyacente, tengan una "mirada criminalizadora" hacia los migrantes, así como también la consideración de estos como mano de obra barata, objeto de discriminación al convertirlos en rehenes de un sistema económico que, primero segrega y luego los explota con trabajos penosos, peligrosos y precarios.

Hay que avanzar hacia una verdadera ciudadanía solidaria, fomentar el asociacionismo de los colectivos migrantes y la mediación intercultural, pues todo ello favorece la convivencia plural y evita estallidos de corte xenófobo, especialmente en estos tiempos en que la crisis golpea con saña a los sectores sociales más débiles. De este modo, como bien señala Izuzquiza, "cuanto más rica, plural y trabada sea la convivencia social, mayor será el grado de integración y cohesión social y la salud democrática del sistema".

Por lo que se refiere a los derechos políticos, el objetivo es lograr la plena ciudadanía y, para ello, debemos favorecer la plena participación de los migrantes en el espacio público reconociéndoles el derecho al voto en las elecciones municipales, con arreglo a la campaña Aquí vivo, aquí voto.

En la I Asamblea de Redes Cristianas, celebrada en noviembre de 2007, se abordó la cuestión migratoria desde posiciones progresistas bajo el lema Globalicemos la dignidad humana. En sus conclusiones se señalaba que "la inmigración es un fenómeno complejo, con implicaciones económicas, sociales y culturales. Pero es también una situación humana que requiere medidas inmediatas de justicia". Estos planteamientos suponen un deber ético ya que nuestra sociedad del siglo XXI será cada vez más diversa pues, como le recordaba el mandato bíblico al pueblo judío, "Al extranjero no maltratarás ni oprimirás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto" (Éxodo, 22:21). Y, ciertamente, la actitud que una sociedad tenga hacia la inmigración es un claro indicador de su salud cívica y de su madurez democrática.

Fundación Bernardo Aladrén-UGT Aragón