Si ustedes leen o escuchan a un comentarista, tertuliano, bloguero, portavoz político o similar escandalizarse cada vez que se plantea sacar el cadáver de Franco de la horrenda basílica de Cuelgamuros... no le den más vueltas: lo hace porque aprueba (ideológica, sentimental y por supuesto retrospectivamente) el alzamiento contra la República, la Guerra Civil y la represión que siguió. Es una forma de situarse fuera de la lógica democrática o pretender que la democracia es lo que no es. Mucha gente de la derecha española, por desgracia, está en esa onda.

Las repúblicas (ambas dos) fueron paréntesis convulsos pero esencialmente democráticos y modernizadores en un país acogotado por las fuerzas de la reacción. Que sus respectivas proclamaciones se fundamentaran en la propia movilización popular no es sino el producto de las circunstancias. Galán y García Hernández se sublevaron porque no existía, a priori, otra forma de derrocar a la monarquía.

La II República tenía de su parte la razón política, el impulso democrático, la voluntad de sacar a España adelante. La sublevación militar, apoyada por los regímenes fascistas, carecía de esa legitimidad esencial. El franquismo fue un régimen terrorista, corrupto y regresivo.

Por lo demás, si he de serles sincero, lo que hagan con los huesos del dictador casi me da igual. El Valle de los Caídos no deja de ser un símbolo emponzoñado, la demencial pirámide de un ridículo aunque sanguinario faraón. Resulta ocioso seguir debatiendo al respecto.

Todo es lo que parece. Las misivas de la ¿señora? Ferrusola a sus banqueros, los diálogos entre los capos del PP madrileño, las compras trucadas de sociedades y bancos desfondados, las sociedades en paraísos fiscales, la adjudicación de contratas, la firma por ministros ¿socialistas? de convenios que han permitido el pago a empresas privadas de enormes e inexplicables indemnizaciones a cargo del erario. En fin, que los fascistas son fascistas, los sinvergüenzas, sinvergüenzas... y estamos hartos de todos ellos.