La cosa va de polacos. Los de Polonia y los que aquí en Aragón se les apela como «polacos», esto es, los catalanes. Nada que ver los unos con los otros, en apariencia, pero muchos puntos en común, al menos en lo que a sus dirigentes políticos atañe y a la tergiversación de los hechos históricos a las que estos están aficionados. Los unos, tratando de aprobar una ley extraterritorial que castigue con multas y penas de hasta tres años de cárcel a todo aquel que emplee la expresión «campos de concentración polacos» para referirse a los campos de concentración nazis como el de Auschwitz (situados en ese país centroeuropeo), y para quienes sugieran una responsabilidad de Polonia en los crímenes del nacionalsocialismo. Empecemos a temblar desde ya los periodistas del planeta (pues académicos y artistas están exentos de tal responsabilidad) con esta banda de senadores polacos que con la ley en la mano ansían limitar la libertad de expresión de los profesionales de la comunicación a nivel mundial, y algo tan o más grave que eso, falsificar la historia, pues desde hace décadas están empeñados en convencer a la comunidad internacional de que el Holocausto tuvo lugar, pero que los polacos fueron sus víctimas, no sus responsables. Sin comentarios. La misma vaina, los catalanes, con Puigdemont a la cabeza, que pretenden ofrecer a la opinión pública una imagen de víctimas de un Estado opresor y calumniador, cuando el único responsable del hundimiento de la nación catalana ha sido el empecinamiento absurdo en una causa indefendible, en una entelequia egoísta y falaz. H *Periodista y profesora de Universidad