Aunque hace tiempo que el auge populista forma parte de nuestro panorama político, difícilmente podían esperarse sus éxitos en los principales países europeos en el bienio 2016-2018. Primero, en junio de 2016, fue el brexit, con el resultado que todos conocemos. A continuación (marzo de 2017), las elecciones en Holanda se saldaron con la victoria del proeuropeo Mark Rutte, aunque ello no impidió el hundimiento socialdemócrata y el auge de los ultraderechistas de Geert Wilders. Posteriormente, el triunfo de Emmanuel Macron en Francia tuvo un sabor agridulce: su ascenso se contrapuso al espectacular avance del Frente Nacional de Marine le Pen, con cerca del 40% del electorado.

No repuestos todavía del susto, la excepción alemana desapareció en octubre: por vez primera desde la segunda guerra mundial, un partido xenófobo y antieuro, Alternativa por Alemania, conseguía más del 12% del voto y una amplia representación parlamentaria. Finalmente, llegó el turno a Italia. Ahí, el pasado marzo, las elecciones las ganó el Movimiento 5 Estrellas de Luigi di Maio superando el 32% de los votos, mientras la ultraderechista Liga Norte de Matteo Salvini sumaba otro 18%: más del 50% del electorado contrario, o nada favorable, al actual estado de cosas.

Ahora, tras varias semanas de imposible formación de gobierno, ambas formaciones han decidido sumar fuerzas y constituirlo. Y ahí emergen los miedos. Porque las dos se han distinguido por una radical oposición a Bruselas. Dejando de lado la posición antiinmigración de la Liga, los ejemplos de unos programas manifiestamente contrarios a las políticas liberales de la Unión Europea son muchos, y abarcan un amplio espectro de temas.

Primero, echar para atrás la dura reforma del 2012 en pensiones, una reforma en línea con la española. Segundo, favorecer presupuestos expansivos para reforzar el crecimiento, con lo que ello implicaría de desbordamiento del déficit y de la deuda pública. Tercero, nacionalizar la banca problemática, de forma que la crisis de su sistema financiero (créditos incobrables por valor de 300.000 millones de euros, un 20% de su producto interior bruto) se resolvería con dinero público y no a costa de los bonos júnior (el equivalente a las preferentes españolas); un esquema de rescate totalmente en las antípodas de los acuerdos de liquidación de bancos insolventes acordados por la Unión Bancaria, del que la del Banco Popular ha sido ejemplo. Cuarto, redefinición de la posición de Italia en la UE y referéndum sobre el euro, aunque ahí las diferencias entre Salvini y Di Maio son algo mayores y últimamente han dulcificado su posición. Quinto, oposición a los acuerdos comerciales de la UE con terceros países y demanda de mayor proteccionismo para el agro italiano. Por último, contrarios a la política de sanciones a Rusia, con lo que implica de reconsideración de su situación en la OTAN. Es la primera vez que un gobierno con un programa parecido tomaría el mando en uno de los grandes países de la UE. Por ello, entenderán por qué el solo anuncio de la apertura de negociaciones entre Di Maio y Salvini ha supuesto un shock en toda Europa.

Aunque hasta ahora la prima de riesgo italiana ha contenido su aumento, habrá que ver el programa de la coalición para evaluar sus efectos sobre la eurozona. Que pueden ser muchos, y ninguno de ellos positivo: si renace la desconfianza sobre la moneda única, recuerden lo que pasó en el aciago verano del 2011. Entonces, Silvio Berlusconi nos echó a los pies de los caballos y el peligro del contagio italiano fue la chispa que incendió la reseca pradera española. Hoy, a pesar que hemos puesto la casa en orden y del fuerte crecimiento actual, somos todavía un país muy endeudado, de hecho más que en el 2007. Tanto en el interior como, muy particularmente, con el exterior, algo que tienden a olvidar nuestros gobernantes: la abultada deuda con el resto del mundo refleja la gran fragilidad del andamiaje de nuestra economía. Solo se sostiene si no hay desconfianza sobre nuestro futuro. Pero, ay, ¿qué hará Italia?

Eleuro no está a salvo, y los problemas italianos nos lo recuerdan. Porque, a pesar de los cortafuegos creados en la crisis, los mecanismos de salvamento son insuficientes, Berlín se opone a nuevas transferencias y las propuestas de reforma de Macron parecen que quedarán en eso, en propuestas. Por todo ello, la próxima crisis podría poner la divisa común de nuevo en peligro. No sabemos si la acabará provocando Italia. Pero el programa de la pareja Di Maio-Salvani, si es que acaban formando gobierno, podría generar algo más que turbulencias.H

*Catedrático de Economía Aplicada