Una de las reglas básicas que nos enseñaban en el cole es que en la suma y la multiplicación el orden no altera el producto. Con el lenguaje no puede decirse lo mismo. Así creo que cabe afirmarse que los artistas son creadores, sin embargo, no creo que todos los creadores sean artistas. Los inventores, los productores, los artesanos y algunos gremios «crean» pero eso no les convierte en artistas. Aunque, en honor a la verdad, si esa es la prueba de fuego a ciertos «artistas» tal vez convendría retirarles tal honor pues, por mucho que me empeñe, no acabo de ver qué crean. Sí, me refiero a algunos contemporáneos cuyas obras quedan, a mi humilde entender, en un estéril limbo pretendidamente vanguardista más provocador que innovador. En algún caso, tras contemplar sus obras, lo que me viene a la cabeza es el cuento del Rey desnudo.

Conviene decir lo que se tiene por verdad aunque no siempre sea cómoda. La verdad es una diosa excesiva y por ello, por la descomunal diferencia de tamaño que con nosotros los mortales mantiene, la troceamos y dividimos hasta acercarla a nuestra humana medida. Los artistas crean modos de reflejar la verdad, la suya, por supuesto, la de quién si no. No siempre esa verdad coincide con la de la mayoría, antes bien, lo habitual es que la mirada de ese artista sea más rápida, sensible y audaz que la de muchos de sus contemporáneos y ello le permita reflejar aquello que los otros aún no han visto. No estoy muy segura de cuáles sean las intenciones de los artistas, hay quien dice que transformar la realidad, otros piensan más bien en motivos estéticos. A mí me parece que buena parte de nuestros actos responde a la necesidad, también los suyos. El escritor necesita decir o decirse algo, el pintor, el escultor y hasta el músico, el más abstracto de todos ellos, también. Sí, lo más difícil de entre lo difícil es crear. No en vano identificamos lo divino con la creación poseyendo algo de mágico y mítico todo ello. En mi caso, como buena aficionada a las letras y las palabras, me hubiera sido útil que alguno de esos creadores sean filólogos, escritores o académicos de la Lengua o como desde muy, muy atrás ha venido sucediendo nuestros antepasados, de consuno, hubieran inventado una palabra o una expresión que mostrase la intención de un rechazo y protesta. Una que sirviera para cuando incluso el «jamás» se queda corto pues aunque el «nunca» y el «jamás» lo incluye todo lo cierto es que solo incluyen tiempo y a veces ni siquiera todo el tiempo es suficiente. Tal vez resulte excesivo ya hemos dicho que con frecuencia la verdad lo es. Cuando era niña jamás llegué a imaginar el grado de maldad que hoy somos tan capaces de crear y soportar como incapaces de gestionar, minorar. Ni jamás lo imaginé ni jamás, si me hubieran dado a elegir, hubiera optado por un mundo como este que estamos entre todos creando, aunque a decir verdad no todos con idéntica influencia: unos con el estelar papel de los protagonistas y otros en cambio, los más, como actores secundarios o meros figurantes con escasas posibilidades de alterar el reparto. Aún así, creadores aunque no artistas tenemos el enorme poder de que cada una de nuestras obras se aleje lo máximo posible de cualquier fácil predisposición a aumentar ese mal inferido: a los próximos a los ajenos, a los que están a los que vendrán a los que se fueron. Al planeta incluso. La dificultad suele merecer la pena. Ese es mi propósito para el año recién estrenado. Ojalá lo compartan conmigo.