Hace unos cuantos años, el grupo teatral Els Joglars puso en escena una feroz sátira contra Jordi Pujol. La obra se titulaba Ubú president y fue una burla realmente dura del entonces aún honorable pero reducido, en la visión/versión de Albert Boadella, a una caricatura epigonal de aquel surrealista Ubú o enferma criatura de Alfred Jarry.

En los diálogos, Pujol se mostraba como un megalómano con tal ansia de poder que no era que ya Cataluña se le quedara pequeña, es que Europa no era sino un juguete en sus manos y hasta jugaba con el mundo, con el globo terráqueo como Chaplin parodiando a Hitler. Asimismo, en Ubu president se insinuaba que Pujol era un enfermo de la peseta y que, en el fondo, Josep Tarradellas, aquel político representativo e histórico cuya memoria Pujol hizo lo imposible por retirar, tenía mucha razón cuando dijo aquello de que "no era de fiar".

Ahora, los hechos han dado la razón a la visión/versión de Boadella y Tarradellas sobre la familia Pujol y resulta que era un clan, con una matriarca malcarada, la señora Ferrusola, con un expresidente oscuro como la noche (o como la financiación de su partido) y con unos niños que hicieron su profesión y fortuna al amparo de las relaciones políticas de sus progenitores. Una familia vergonzosa y vergonzante, en suma, que ha avergonzado al catalanismo y hundido cuanto han representado en un pozo de mezquindad y rencor.

Pero el gran daño no se lo han hecho a sí mismos, sino a los demás. Porque Pujol y CiU, en las tres largas décadas que se han dedicado a sojuzgar Cataluña, a sembrar el odio hacia el resto del país, a despreciar a los emigrantes como charnegos, a chantajear al resto de instituciones, se han cargado también el Estado autonómico. Algo, un diseño, que muchos españoles apoyaron, pero que estos señores, desde el primer momento, desde el instante seminal de la Constitución en la que nunca creyeron, se dedicaron a boicotear, a tomar ventaja a costa de perjudicar a los demás, a dotarse de competencias con el propósito subyacente de beneficiarse a sí mismos.

Una familia, un clan, los Pujol, cuyo patético y repulsivo final es también el de un modelo de Estado que les ha permitido medrar, y que hoy no sabe ni como castigarles ni como levantarse el castigo que le han infligido.