Forma parte de esa generación de jóvenes españoles mejor formada de la historia. Acabó su carrera universitaria, Erasmus incluido, hizo un máster, prácticas gratis en empresa, aprendió un tercer idioma para ser más competitivo, se hartó de enviar ejemplares de su brillante currículum y de colocarlo en todas las redes sociales a su alcance. Llegó a conseguir incluso un contrato basura de 20 horas al mes. Su novia tiene una trayectoria parecida y juntos habían proyectado su vida en común con la ilusión propia de su edad. Con el paso de los días, meses y años la frustración y una cierta amargura fueron creciendo. Y apareció la desesperanza, la aceptación de que sus proyectos aquí y ahora no son posibles y que no lo serán en los próximos años. Y se preguntaron que por qué les tocó a ellos. Una y mil veces trataron de averiguar qué es lo que habían hecho mal, cuál había sido su error y concluyeron que ninguno. Se habían limitado a cumplir lo que se esperaba de ellos, se habían esforzado en el día a día y llegado el momento de recoger algún fruto, de encontrar su lugar en el mundo, sólo hallaron recortes y llamadas a la paciencia. Y tiraron la toalla y emprendieron una incierta aventura a miles de kilómetros. Ojalá les vaya bien. Mientras tanto, seguiremos preguntándonos a qué esperan los que pueden hacerlo, para convocar en sede parlamentaria a todos los agentes sociales para un gran pacto por el empleo, para cuando las políticas de crecimiento, para cuando un rayo de esperanza. Profesor de Universidad