Es evidente que en el conflicto catalán (o como ustedes prefieran llamarlo) quienes más juegan son los extremos de cada equipo. El Gobierno central actúa (o no, claro) condicionado por el españolismo radical que agitan varios ministros, gran parte de la dirección del PP (no digamos del PP catalán) y los medios amigos (tan amigos que TVE tenía preparada la noticia del encarcelamiento de Trapero, el mayor de los Mossos, antes de que este declarase en la Audiencia Nacional). A su vez, el Govern es empujado por los independentistas (¡sin fronteras!) del ala dura de Esquerra y de la CUP y por el periodismo adepto a proclamar la independencia a lo crudo, sin más zarandajas. En ambos lados, los respectivos extremos expanden una visión cerrada de las cosas y apelan a las emociones más primarias de sus parroquias. Por supuesto, los organismos básicos de toda soberanía nacional, el Congreso y el Parlament, ya no tienen nada que decidir. Comparecen los jefes, Rajoy o Puigdemont, sueltan su rollo, replican en formato breve los demás... y hasta luego, cocodrilos. O sea, que si los parlamentos son un simple teatrillo, ¿para qué preocuparse por la opinión de la ciudadanía?, ¿a santo de qué elecciones, referendos y virguerías? La baja intensidad democrática está a la orden del día. Ahora mismo, meter en la cárcel a los Jordis habrá satisfecho en parte a la Fiscalía, la cual trabaja, a su vez, para satisfacer a La Moncloa (o a los ultras que imponen allí su manera de jugar). Pero no viene sino a echar leña al fuego, sin aportar ventaja alguna al propio argumentario unionista. El empeño de unos en desdeñar el derecho a decidir como instrumento de normalización e integración, y el afán de los otros por proclamar su desdichada república al margen de la voluntad popular expresada como mandan los cánones llena de satisfacción a los ultras, los insensatos y los mal informados (cada vez son más, por desgracia). De puro achicar espacios, el callejón sin salida se ha convertido en un cepo que nos ahoga. El extremismo nacionalista se impone en Madrid y Barcelona. Demencial.