El reciente gesto del eurodiputado Pablo Iglesias regalando al rey Felipe VI un cofre de la colección de su serie favorita (la del líder de Podemos), Juego de tronos, ha funcionado desde el punto de vista publicitario, pero, al margen de esa ingeniosa forma de hacerse propaganda, ¿cuál sería el verdadero fondo del gesto, a qué resorte ideológico o estratégico obedeció?

¿Quiso decir Iglesias que estaba dispuesto a acercarse a la Corona, y a mantener con ésta una relación de simpatía y respeto, como la que han mantenido tradicionalmente los partidos de izquierda, republicanos en su mayoría? ¿O pretendió trasladar a la opinión que todos los tronos, y el de España, son un puro juego de ficción, y que cuando Podemos gobierne cambiará dicho guión?

Porque, ¿qué opina realmente Podemos de la monarquía? ¿Está a favor o en contra?

¿Qué harán sus diputados cuando tengan un grupo propio en el Congreso? ¿Trabajarán para expulsar a los Borbones e imponer una república, como ya hizo el general Prim? ¿O transigirán con el statu quo, como hicieron en su día los líderes de la izquierda española, el Partido Socialista y el Comunista, cuando Felipe González y Santiago Carrillo aceptaron una Jefatura del Estado coronada, la fórmula de una monarquía parlamentaria sobre la división territorial en autonomías de primera y de segunda?

¿Es Podemos un partido antimonárquico? Por lo que se ha visto u oído hasta ahora, no. En sus avances programáticos nada se dice de cambios republicanos ni de someter nuevamente a referéndum la continuidad de la dinastía borbónica. ¿A qué se deberá ese silencio, tanta prudencia? Tal vez a que el sector más conservador de votantes de Podemos es monárquico --o, cuando menos, no beligerante con la monarquía--, y atacando ésta, perderían votos. Es mejor, parecen pensar los ideólogos de Podemos, no tocar temas que provoquen división de opiniones.

¿Otro ejemplo? Como tampoco, en esa misma línea, Podemos compareció en la riada del Ebro, un tema muy serio. Pablo Echenique fue de los pocos políticos que ni se acercó por las riberas. En parte porque seguramente no tenía nada que decir, o porque si apoyaba el dragado perdía el voto ecologista, y si defendía la conservación perdía el voto del agricultor.

Lo cómodo es jugar a los tronos y al cambio de cromos.