Si todo aficionado tiene un entrenador en su interior, gran parte de los entrenadores no se resisten a dejar a aflorar el forofo de sí mismos que llevan dentro. Sobre todo cuando la fórmula que han descubierto para ganar cual o tal partido se desvanece como lágrimas en la lluvia, es decir cuando los futbolistas no entienden el mensaje, no disponen de mecanismos para descifrarlo o lo naturaleza infantil del juego decide provocar un cortocircuito en los automatismos de la estrategia. Lluis Carreras no es tan diferente al resto de sus colegas en la derrota, pero ayer, después de algunas intervenciones anteriores en las que habían mostrado un perfil de niño pera, destacó en clase por su falta de educación primero hacia la inteligencia de los seguidores zaragocistas, y después, cómo no, por sus respuestas altivas a la prensa. "Usted es periodista, no entrenador".

Por un fenómeno complejo de explicar y mucho más de entender, al acabar los encuentros hay técnicos que se colocan frente a los micrófonos y de repente se sienten poseídos por los espíritus del conocimiento de Marie Curie, Isaac Newton o Albert Einstein. Son entrenadores, una profesión muy digna y respetable y sometida a una enorme presión mediática, pero en contadas ocasiones son capaces de gestionar sus errores con naturalidad, respondiendo a las preguntas sin ataques gratuitos hacia quien les interroga, personas que por lo general para ejercer de informadores han invertido bastantes más horas lectivas que muchas de las estrellas de los banquillos.

Sobre Carreras ha recaído la mayor parte del peso de la humillación de ayer en El Alcoraz, en parte por su penosa interpretación de los acontecimientos y más tarde por sus reflexiones inconexas, deasafortunadas, de indefenso culpable. No es tan simple. Es cierto que Anquela le hizo bailar bajo las balas, pero Huesca no fue un punto y aparte de la actual temporada, sino un reflejo más de un equipo con múltiples carencias antes con Popovic y ahora con Carreras. De fútbol, de personalidad, de carácter. Si el Real Zaragoza aún lucha por subir a Primera es porque la competición se lo ha permitido, una categoría que va a premiar al menos abominable, no al mejor. Por puntualizar, es un concurso de feos.

La directiva se enfadó mucho con el entrenador y lo expresó. Hete aquí también a los Siete Sabios de Grecia, uno aún componiendo versos de amor a Popovic... A la Fundación hay que agradecerle que viniera impulsada por un trampolín altruista con algún resorte interesado --nada es gratis--, pero la cuestión deportiva ha superado a estos prohombres que han aliviado la maltrecha economía sin entender un gramo de fútbol, dejándose arrastar por el forofo de calle y no de salón que llevan dentro. Y así está el Real Zaragoza, derorientado, mal reconducido, puede que descabalgado del ascenso tras su empate en el derbi aragonés frente al Huesca, en El Alcoraz. Nada es casualidad.

La única esperanza de futuro congruente tiene nombre propio: Narcís Juliá. Sólo sobre él y con él se puede edificar un Real Zaragoza que se vaya aproximando poco a poco a lo que fue. Sabe estar, es inteligente de verdad y observa el fútbol con pasión científica, sin pedir una gota de protagonismo ni interferir en el trabajo de nadie salvo que lo exija el guión. Sólo él puede renovar a este club de policías políticos, de oligarquía caprichosa y de entrenadores maleducados.