El mejor análisis de los resultados de Izquierda Unida, y sus coaliciones en Cataluña y Aragón, lo realizó de manera sucinta Cayo Lara, con una sola frase, al hablar de la alegría en casa del pobre. Y es que los pobres de solemnidad, una izquierda que en las anteriores generales debía conformarse, ley electoral mediante, con dos escaños, veía sextuplicada su representación electoral. Era, desde luego, para alegrarse, y así lo hicimos quienes, de una u otra manera, nos había implicado para que ese éxito se produjera.

Resulta curioso. Doce diputados son un éxito, al menos así lo calificaron todos los medios de comunicación. Cuando, en tiempos de Julio Anguita como coordinador general, se alcanzaron los veintiún escaños, se calificó de fracaso, pues se entendía que IU debía haber rascado más de un PSOE atravesado hasta la médula por la corrupción y los crímenes de Estado. Pero el PSOE resistió mejor esa coyuntura que la de la actual crisis económica. Y, efectivamente, lo que en un momento pueda considerarse un éxito, en otro puede aparecer como un fracaso. Aunque en este caso, el de Anguita, digo, no fue sino la continuación de una brutal campaña mediática de acoso y derribo plena de falsedades, como aquella famosa pinza, una de las fabulaciones políticas mejor orquestadas de nuestra reciente historia, como puede comprobar cualquiera que analice con seriedad y rigor los acuerdos parlamentarios de la época, en los que, como viene siendo habitual, la verdadera alianza de sangre se produjo entre el PSOE de González y el PP de Aznar. Una campaña en la que algún editorial de El País llegó a comparar a Anguita con Stalin. Polanco no se andaba con sutilezas.

Éxito. Algunos lo sentimos así la noche electoral, cuando veíamos consolidarse la cifras y, por primera vez en la historia, hacerse buenos los datos más optimistas de las encuestas. Y sobre todo al ver que el diputado de La Izquierda de Aragón, Chesús Yuste, podía empezar a hacer las maletas. Pero según pasan los días, esa alegría debe dejar paso a la seriedad del análisis. ¿Podemos calificar de éxito que IU haya obtenido un 7% de los votos en todo el país y La Izquierda de Aragón un 10,5%? La respuesta es, evidentemente, no. Especialmente en el contexto de crisis en el que estamos inmersos, resulta tremendamente preocupante que la única fuerza que aboga por una salida a la misma que no implique la sumisión a los mercados, la precarización del empleo, la erosión de los servicios sociales básicos, el recorte de la participación democrática de la ciudadanía, alcance un porcentaje de votos tan exiguo. Haríamos mal quienes apostamos por esa posición política en sentirnos satisfechos con lo obtenido. Seguimos presentando una tremenda debilidad, acentuada por un sistema electoral construido a tal efecto.

Así la cosas, se impone continuar trabajando. Y la dinámica de trabajo debe ser la que hemos iniciado en Aragón. Aragón se ha convertido en un interesante laboratorio político en el que dos fuerzas políticas programáticamente cercanas, CHA e IU, en alianza con lo que hemos denominado la Iniciativa Social, han constituido una coalición que aboga no solo, como era de esperar, por un programa netamente de izquierdas, sino por una nueva forma de practicar la política.

Ese trabajo debe dirigirse en tres direcciones. Por un lado, y tal como se acordó al constituir la coalición, el trabajo político y parlamentario que se produzca en el entorno del diputado debe estar abierto a una dinámica participativa de todo el espectro social que se siente identificado con este planteamiento unitario. Es la ocasión para dar un paso hacia nuevas formas de hacer política, en las que la acción institucional esté tejida desde la participación social. El lema pudiera ser: "acertar juntos o equivocarnos juntos".

Por otro lado, la coalición no puede ser entendida como excepción, como hecho puntual, sino como primer paso en un proyecto más amplio. El proceso de apertura de las organizaciones políticas a lo social debe ser irreversible y en todos los niveles. Se trata de tejer una sólida red de relaciones que permita a lo social sentirse partícipe de lo político y a las organizaciones políticas sentirse respaldadas por su base social. Es preciso trazar un camino de ida y vuelta de lo institucional a lo social, de lo social a lo institucional, que colmate el vacío hoy día existente.

Finalmente, apostamos por profundizar en el proceso de convergencia. La premura que nos planteó la convocatoria electoral llevó a que se centraran los esfuerzos en conseguir el objetivo de la alianza electoral. Pero nuestro proyecto es de más hondo calado, pues pretende construir un amplio bloque antagonista en el que, sobre una base programática, confluyan el mayor número posible de organizaciones, colectivos y personas. Entendemos que, sin abdicar de las especificidades de cada discurso, de cada posición, se trata de generar una dinámica de búsqueda de lo común, de aquello que nos opone a las políticas dominantes y que nos permitiría caminar una senda común en la construcción de una alternativa al modelo social vigente. De ahí que nuestra acción deba dirigirse, por un lado, a consolidar lo construido, y, por otro, a ampliar la red de relaciones hacia aquellos sectores susceptibles de integrarse en un proceso de las características aquí descritas.

Mesas de Convergencia de Aragón