La pasión, el entusiasmo, son los fuegos que nos invitan a levantarnos todos los días. En estos tiempos tan demoledores, anima escuchar la palabra tan virtuosa de gente como Ángel Gabilondo, el catedrático de metafísica, que un día fue ministro de Educación.

Es invitado por Juan Ramón Lucas (RNE) a difundir su libro Darse a la lectura, y lo hace con tal entusiasmo, que uno está tentado de dirigir su coche a la librería de guardia más próxima y pedir por favor que te vendan ese libro.

Necesitamos gentes así; personas que le pongan pasión a la aventura diaria de existir. Durante media hora, Gabilondo nos vende los libros con tal entusiasmo, que muestra que no tendría precio si dedicase su energía a otros productos. O quizá, no. Quizá esa pasión solo se le desata ante estos artefactos tan peligrosos para la estupidez humana. Dice Gabilondo que no se debe leer como una fórmula para rellenar el ocio, sino que se lee como una manera de vivir. No es ocio, es existencia. Solo los que no albergan dudas no leen. ¿Para qué? Corren el peligro de ser vareados por otras ideas, con lo cual es preferible no correr riesgos. No abrir ventanas a otros paisajes desconocidos. Había escuchado pocas veces un amor por algo tan inmaculado como el que nos profesa Gabilondo por los libros. Parece buena persona. Su verbo es conciliador, afable, nada irritador. Todo lo contrario de estos rebuznos que escuchamos estos días. Sentencias gritonas que afirman poseer todas las verdades, sin orificios, sin dudas, con la cerrazón de una almeja...