El pasado martes se conmemoró el Día Forestal Mundial, creado por la FAO en 1971 a partir de una idea inicial de la delegación española. Se buscaba concienciar a la población de la importancia que tienen los bosques en el desarrollo de la vida; pero como tantas efemérides similares, este día pasó sin pena ni gloria. Salvo honrosas excepciones, en el mejor de los casos la celebración en España se reduce a la organización de actos puntuales con carácter protocolario sin impacto sensibilizador.

Curiosamente en España aún está en vigor un real decreto de 11 de mayo de 1904 por el que se creaba la Fiesta del Árbol, concebida como fiesta educativa para niños, puesto que ellos se convertían en protagonistas de las plantaciones. En los años siguientes se aprobaron nuevos decretos que obligaban a los ayuntamientos a celebrar la Fiesta del Árbol y a disponer de partidas presupuestarias para ello. Incluso en 1914, la Sociedad de Amigos del Árbol fue declarada de utilidad pública. Cabe destacar que en la España convulsa de principios del siglo XX, esta celebración fue muy bien acogida por todos los estamentos sociales (clero, magisterio, conservadores, liberales, republicanos, monárquicos, -) y esto favoreció que se extendiera. Según cuenta José M. Sierra Virgil en su libro La culta y simpática fiesta, esta iniciativa se convirtió en el acontecimiento más importante e interesante de concienciación ambientalista de la historia de España.

Uno de los impulsores de la fiesta fue Joaquín Costa, quien contribuyó a la creación en 1900 de la Sociedad Aragonesa de la Fiesta del Árbol. Concebida como una iniciativa regeneracionista, proponía que fuera una fiesta laica, pedagógica y popular, buscando la adhesión de todos. Costa fue un gran propagandista de la defensa del arbolado, igual que del regadío, pero cada uno escucha lo que quiere oír y aquí nos quedamos con lo que dijo sobre la transformación del secano. Con los altibajos propios de una sociedad inestable, la Fiesta del Árbol se siguió celebrando al mismo tiempo que se acentuaba el interés por las Ciencias Naturales en las escuelas, perfectamente reflejado en el relato de Manuel Rivas La lengua de las mariposas llevado posteriormente al cine.

Pero como en tantas cosas, la guerra civil y el régimen instaurado después, acabaron con el espíritu de la Fiesta del Árbol y con los maestros republicanos que la impulsaban. A partir de la creación del Día Forestal Mundial se reanudó la fiesta, aunque promovida por las administraciones forestales pautada según la lógica protocolaria, y no como una acción pedagógica y popular promovida por los maestros, los ayuntamientos, las asociaciones de padres de cada escuela, algo similar a lo que se hace en la actualidad con el carnaval o con la práctica deportiva de los sábados.

En la actualidad, los programas de educación primaria contemplan ampliamente el medio geográfico y la relación del hombre con él, pero posiblemente la interiorización de lo estudiado no llegue a producirse suficientemente porque en una cultura urbana dominante, la Naturaleza se percibe como una materia teórica más y no como el escenario donde se desarrolla la vida. Los niños estudian que los árboles frenan la erosión pero no se les muestra una cárcava en el campo ni sus efectos. Les contamos que los bosques absorben CO2 y que es necesario conservarlos para la supervivencia de la humanidad, pero les hacemos ajenos a esa humanidad. Les decimos que el hombre contamina el aire que respiramos, pero les damos la educación de la sociedad que contamina. Incluso les decimos que hay que repoblar bosques pero nunca les llevamos a plantar un árbol.

La desaparición de la Fiesta del Árbol ha contribuido a que la cultura urbana conciba a los árboles como elementos ornamentales y no como seres vivos que necesitan su propio medio para desarrollarse y cumplir su papel benefactor de purificador del aire, cobijo de otros seres vivos, o atenuante de las temperaturas tórridas del verano. En las ciudades con frecuencia se plantan en condiciones deplorables porque los urbanistas no tienen en cuenta que necesitan suelo donde expandir sus raíces, se ponen especies inadaptadas al clima, y se transplantan sin podar las ramas para que parezca que ya son grandes, sin caer en la cuenta que para prender, las ramas tiene que estar en equilibrio con las raíces. Con todo esto, oportuno es recordar un fragmento de las palabras que Costa dirigió a los niños de Ricla en 1904 con motivo de la celebración de la Fiesta del Árbol:

"Son los árboles obreros incansables y gratuitos cuyos salarios paga el cielo, que no se declaran en huelga ni entonan el himno de Riego, ni vociferan gritos subversivos, ni infunden espanto a las clases conservadoras, ni socavan los cimientos del orden social".

Ingeniero Técnico Agrícola.