Prosigue la marcha terca, indesmayable, de los mineros españoles. Aragoneses también. La vemos todos los días en los grandes telediarios, corajudos bajo el sol de injusticia, con el destino puesto en el Ministerio de Industria de don Soria, el canario de corazón helado. Son ahora mismo los mineros la imagen más prístina de la valentía española. No solo porque su trabajo es duro (aun así suscita bramidos sobre su galbana), sino porque su actitud es la única gallarda en estos tiempos de cobardía estatal. Combaten una injusticia con su marcha y su huelga, y están dispuestos a llegar hasta el final por su victoria. Si eso mismo hicieran todos los que se ven amenazados (¿dónde están los parados en las manifestaciones?) el tono cambiaría en 24 horas. Exigen que se cumplan los pactos, que se les conceda un tiempo para encontrar otras actividades, y pelean por su futuro y el de sus comarcas. ¿Es censurable? Todo eso cuesta 250 millones. Ahora mismo leemos que el gobierno va a conceder 290 a las autopistas para pagar intereses. Y se hará cargo del déficit de 3.800 millones. Para dar buena imagen en el mundo. Sin género de dudas hay españoles de primera y de segunda. Las grandes empresas (ausentes de ningún control) son de primera. Los trabajadores, es decir, el resto, son de segunda. No dice eso la Constitución. En realidad la Constitución es un adorno: debería condenar la mentira. ¿No dijo Rajoy que el rescate era gratis? ¿A qué viene entonces esa amenaza del IVA? ¡Claro que hay que estar con los mineros! Ellos somos todos.