Se abre en París la COP21, la 21ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), acordada en 1992 en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en la que, como ministro de Medio Ambiente, yo representé al Gobierno español, y que entró en vigor en 1994. Desde entonces, cada año se ha celebrado una COP en algún lugar del mundo. La COP3 adoptó el Protocolo de Kioto, el primer tratado internacional jurídicamente vinculante de reducción de emisiones, que entró en vigor en el 2005. Pero solo afectaba a países industrializados que representaban el 55% de las emisiones globales de CO2 de 1990. La UE cumplió con los compromisos de Kioto, (reducir el 5% de las emisiones en el 2012, en comparación con 1990). Pero EEUU no lo ratificó, Canadá y Rusia se retiraron y China, convertida hoy en el mayor emisor de GEI (gas de efecto invernadero), no estaba afectada.

La COP15 (Copenhague, 2009) quiso negociar otro acuerdo internacional del que fuesen parte tanto los países industrializados como los de en vías de desarrollo para reemplazar el Protocolo de Kioto. Pero fue un fracaso: se limitó a afirmar la necesidad de fijar el calentamiento global en 2°C, sin compromiso cuantificado de reducción de las emisiones. Pero se empezó a hablar de que los países desarrollados deberían aportar 100.000 millones de dólares para financiar el coste de la adaptación de los países más pobres.

En aquella época, la COP de Copenhague fue presentada retóricamente como "la ultima ocasión de salvar el planeta". Pero el fracaso enfrió el entusiasmo por esas grandes misas concelebradas a la que acuden cientos de jefes de Estado y las siguientes COP's no aportaron nada sustantivo. Salvo la COP21 de Durban, donde se aprobó limitar el aumento de la temperatura media de la Tierra en 2 °C a finales de este siglo. Pero no se decía cómo conseguirlo.

Este es el objetivo de la COP21: concluir el primer acuerdo universal y vinculante, aplicable a partir del 2020 para los 195 países partes de la CMNUCC para limitar el aumento de la temperatura a 2°C en comparación con la era preindustrial. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático estima que para limitar el aumento a 2°C se debe haber alcanzado la neutralidad carbono (emisiones netas cero) a más tardar a finales de siglo. Y haber reducido las emisiones a la mitad en el 2050. Y que el importe acumulado de las emisiones de CO2 no exceda de 800 gigatoneladas (GT) de carbono. Desde 1870 ya hemos liberado 531 GT de carbono. Nos quedan pues solo unas 270 GT por emitir. Este es el presupuesto de carbono que la Humanidad tiene que administrar.

Para ello, el 80 % de las reservas de energías fósiles conocidas no deben ser explotadas. Lo que da una idea del impacto que tendrá sobre la distribución de las riquezas en el mundo. Y de las oposiciones que levanta. Y de la magnitud del esfuerzo que ello representa, porque hoy el 80% del consumo energético mundial procede de combustibles fósiles. Entonces, ¿qué podemos esperar de la COP21 para que no sea un fracaso como el de Copenhague? Sin hacerse demasiadas ilusiones, creo que hay tres objetivos para medir el éxito o el fracaso de la COP21.

El primero es el carácter más o menos obligatorio del acuerdo que se alcance. Una declaración de buenas intenciones no servirá para nada. Como mínimo, debería incluir un conjunto de medidas verificables a aplicar por los distintos países. Es utópico pensar en acordar sanciones para los que no lo hagan, pero como mínimo habría que definir un calendario para avanzar en ello. El segundo es sentar las bases de un precio para las emisiones de CO2 que sea a la vez disuasivo y aceptable. La energía tiene un coste y nos parece normal que tenga un precio. La atmósfera también debe tenerlo, porque es un bien escaso que debemos compartir los humanos de hoy y de mañana. Si las emisiones de CO2 no tienen un coste seguiremos con señales de precio equivocadas que hacen parecer que unas fuentes de energía son mas baratas que otras, y obstaculizando el desarrollo de las energías renovables. No se va a lograr el objetivo expresado por Hollande hace un año de poner un precio universal al carbono, pero al menos hay que sentar las bases para el desarrollo de los mercados de CO2 y su integración planetaria.

Y el tercer objetivo es que el compromiso de los 100.000 millones de dólares de ayuda a países del Sur sea realidad. No se logrará en el 2016, pero hay que acordar una programación temporal obligatoria de las contribuciones y ponerse en marcha. El éxito o fracaso del encuentro de París se juzgará mas allá de la retórica, de la que andaremos sobrados. Porque ahora sí que puede ser la última oportunidad de salvar el planeta.

Expresidente del Parlamento Europeo