Nada más nacer Greta cruzó la mirada con su madre y dos horas después se agarró a su pecho succionando con una fuerza impropia de su diminuto cuerpo. Lo hacía con tanta destreza que la fuente de la que habría de salir su único alimento durante meses empezó a manar. Al principio reclamaba su alimento con una queja, después solo tenía que hurgar bajo la ropa de su madre y ella misma se lo procuraba. Daba igual la hora y el lugar, para un bebé hambriento y una madre que sigue los mandamientos de la OMS no hay reglas escritas ni legislaciones: solo ese cómplice cruce de miradas que los ató en el momento cero. Desde los orígenes de la humanidad la lactancia ha sido un hecho biológico destinado a alimentar y nutrir. Los grandes avances en química analítica descubrieron también que la leche materna es una potente barrera de protección inmunológica, de ahí que muchos bebés prematuros logren salir adelante gracias, en muchos casos, a la generosidad de mujeres lactantes que donan, sí, donan, parte de su producción al banco de leche para tal fin. Recientemente, en una piscina de Zaragoza avergonzaron a una madre por considerar obsceno lactar en público. ¿Quién puede considerar obsceno un acto tan natural y tan tierno? Solo mentes turbias que ven las mamas como símbolo de sexualidad y no de fertilidad. Por eso la respuesta de decenas de zaragozanas fue una tetada reivindicativa en plena calle. Que a estas alturas las mujeres tengan que pelear contra viejos prejuicios que solo pretenden cosificarlas determina un lamentable atraso social. H *Periodista