Se acabó el lado oscuro. El viernes 1 de junio de pronto pasó lo que nadie imaginaba que podía suceder. El Congreso de los Diputados se convirtió en una olla a presión ante una jugada maestra. Rápida, letal para Rajoy. Ni siquiera dio la cara en su escaño. Escondido con su sanedrín en un restaurante de lujo a 55 euros el cubierto. Ahí pasó las horas y la digestión hasta la votación de la bendita, legal, democrática y esperanzadora moción de censura. «Fuera Rajoy» «Bye, bye Rajoy», «Se fuerte, Mariano» ardían las redes sociales.

Qué feo lo del restaurante cercano al Congreso, donde los suyos daban la cara defendiendo al presidente del PP y del Gobierno de España todavía, aunque esto último nunca lo haya ejercido. Qué cobardía y qué desprecio a la democracia que bullía en vitalidad, pactos, negociaciones a ritmo de infarto, ahí dentro, para quitar de en medio el lado oscuro. Ese lado que se había convertido en su zona de confort, en una burbuja de poder que no tenía nada de transparente, en la que no veían lo que pasaba con la España de verdad. Esa España que se manifestaba prácticamente todos los días en la calle: 15M, Mareas, Sanidad, Educación, estudiantes, mujeres y jubilados. Mientras tanto el PP a lo suyo, confiando en que la lluvia de escándalos, mentiras, fraudes, acusaciones y silencios cómplices era algo que no iba con ellos. Con la arrogancia, además, de creer que los españoles estábamos ya anestesiados (atontados) de tanta corrupción que generan las noticias.

Pues no. No estábamos tan dormidos como se pensaba. Y ahí llegó el hombre alto y guapo, al que no querían ni ver los barones socialistas. Esperó el momento oportuno y no lo desaprovechó. Ahora o nunca, dijo Pedro Sánchez. Como en una montaña rusa comenzó la suma vertiginosa de votos hasta lograr los 180 favorables a su candidatura. «¡Sí se puede!». «¡Sí se puede!» corearon los podemitas aplaudiendo el desalojo. Y es que Rajoy, que ya no es nadie, y los suyos no han entendido que han sido los jueces los que han condenado a su partido por corrupto. Eso es precisamente lo que ha acabado con él y con el PP en el Gobierno. La moción de censura ha sido solo la circunstancia, aprovechada inteligentemente, para unir a catalanes, vascos, Podemos, socialistas en un coctel servido en bandeja de plata para abrir puertas y ventilar las casposas políticas rancias de los populares.

En un abrir y cerrar de ojos se consiguió lo que en España parecía imposible: poner a todos de acuerdo para echar a Rajoy de la Moncloa.

Claro que va ser difícil. Nadie lo duda, pero el camino ya está abierto y el talante negociador estrenado. Eso es Política con Mayúsculas: ceder, negociar, pactar y conseguir. Los escenarios ya empiezan a cambiar con gestos alejados del vasallaje medieval al que nos tenían acostumbrados. Sánchez prometió el cargo ante la Constitución, sin crucifijo, sin Biblia y con tenue, —inapreciable casi— inclinación de cabeza al pasar cerca de Felipe II.

*Periodista y escritora