Por qué los niveles de desigualdad, pobreza y exclusión social en España son de los más elevados de la Unión Europea? En principio, no resulta fácil comprender por qué tenemos más desigualdad que, pongo por caso, Portugal, cuando el nivel de PIB per cápita español es muy superior al del país vecino. La sorpresa es aún mayor si tenemos en cuenta que desde el 2014 España es el país de la UE que más crece. Un crecimiento superior incluso al del alumno aventajado de la clase, Alemania. Pero, entonces, ¿si crecemos más, porque aumentan la desigualdad y la pobreza?

Les confieso que a veces he tenido la tentación de pensar que quizá los datos sobre España están mal calculados. En parte, porque contrastan con lo que ocurre con la distribución de la riqueza. En este terreno, España es uno de los países más igualitarios de la UE. La razón principal es que, a diferencia de lo que ocurre en el resto de países europeos, más del 80% de los hogares españoles son propietarios de la vivienda en que habitan, y además la tienen deshipotecada. Este hecho, unido al elevado número de segundas viviendas y otros bienes duraderos, hace que la distribución de la riqueza en España sea menos desigual.

Pero volviendo a la desigualdad de ingresos y al riesgo de pobreza y de exclusión social hay que reconocer que lo que está mal no son los indicadores sino la realidad social española. La última en confirmarlo ha sido la Comisión Europea. En el Informe España 2017 que ha dado a conocer la semana pasada alerta a las autoridades españolas que la desigualdad, la pobreza y la exclusión social están «entre las más elevadas de la UE». Y que el desempleo y las tasas de temporalidad laboral son de las más altas de los 28 países de la Unión.

Lo que no se mide empeora, y lo que mide puede mejorar. Por eso es necesario medir la desigualdad y la pobreza con la misma precisión que se hace con la inflación o la prima de la deuda. Por eso está muy bien que la Comisión mida y dé la alarma sobre la situación española.

Pero déjenme desahogarme. Las lamentaciones y las advertencias de la Comisión Europea sobre la situación social española me saben a lágrimas de cocodrilo. A la hora de los lamentos no pueden olvidar que una parte de la responsabilidad de esta situación se debe a las políticas macroeconómicas y sociales que la propia Comisión recomendó y forzó en España. Después de haber tirado una piedra que ha hecho mucho daño social, ahora no puede esconder la mano. Porque, veamos, ¿cuáles son las principales causas del mayor aumento de la desigualad de ingresos y de la pobreza en España durante los años de la crisis? La primera, el mayor nivel de paro. La segunda, el aumento de precariedad laboral, la caída de salarios y los recortes de gastos sociales. En ambas cosas, la Comisión Europea ha tenido una cierta responsabilidad.

Miren una cosa, cuanto más tiempo deje un gobierno prolongar una recesión mayor será el nivel de paro de larga duración y de precariedad social. España ha estado en recesión desde el 2008 hasta el 2014. No deberían, entonces, sorprender esos datos. Las políticas monetaria y fiscal restrictivas que la Comisión impuso a partir de 2010 fueron la causa fundamental de que la zona euro entrase en una segunda larga recesión. No sucedió en los casos de EEUU ni del Reino Unido. Sus políticas macroeconómicas compensaron la debilidad del consumo e inversión privada. Eso impidió que recayesen en la recesión y que el paro se redujese rápidamente. No fue así en la zona euro.

Por otro lado, la reforma laboral que la Comisión puso como condición para el rescate bancario fue causa adicional del aumento de la precariedad laboral y de la caída de salarios. De ahí han surgido la desigualdad de ingresos y los actuales trabajadores pobres, personas con un empleo que, sin embargo, no les permite vivir dignamente. Si a esto sumamos que la Comisión alentó también los recortes de gastos sociales, el resultado final no podía ser otro que un considerable aumento de la desigualdad de ingresos, de la pobreza y de la exclusión social. Entiéndanme bien. No estoy culpando de todos nuestros males a la Comisión Europea. La mayor responsabilidad es nuestra. Pero, eso sí, ahora que no vengan con lágrimas de cocodrilo.

*Catedrático de Política Económica