Láinez fue portero. Portero y de los buenos, no de estos que el ojo del zaragocista sufridor se ha acostumbrado a ver en las últimas temporadas, mímesis perfecta del trayecto por los bajos fondos del fútbol que está realizando el club. A su llegada al banquillo, César, que fue portero y de los buenos, dejó enseguida un potente aroma de clarividencia, que sorprendentemente ha conseguido aplicar con prontitud al equipo. Ayer el Zaragoza solo empató contra diez en Almería y después de un 0-2, pero la puesta en escena ha mejorado sensiblemente con respecto a la tétrica etapa anterior y la dirección es la adecuada para no pasar apuro alguno. Esa lucidez ha permitido a Láinez entender que el Real Zaragoza necesitaba organizarse alrededor del balón, defender con la pelota en sus pies, dadas las carencias físicas de la plantilla. Y ser como es él: transparente en sus juicios. Esto dijo el técnico que le iba a reclamar a su guardameta titular. «Si se hacen 60 puntos en una Liga, 14 te los tiene que dar el portero. Si no te da esos puntos, la balanza final se desnivela. Al que juegue se lo voy a exigir».

No es que Ratón fuese el causante directo de que el Real Zaragoza encajase dos goles en la primera parte, que no lo fue, ni tampoco el responsable de la formidable fragilidad de Feltscher y Casado en los laterales ni el culpable de los endémicos problemas defensivos del equipo, que abarcan a los centrales, a los stoppers y a toda la organización colectiva. Ratón ni dio ni quitó, más o menos como cuando Raúl Agné decidió sentarlo y probar primero fortuna con Irureta, a ver si se le había pasado la esquizofrenia deportiva, y luego con Saja, más por eliminación que por convencimiento. Desde el minuto uno, Láinez le ha dado la titularidad a su expupilo en el filial. En público le reclamó abiertamente que le diera puntos al equipo. De momento, no le ha dado ninguno. El Zaragoza necesita mejorar en diferentes aspectos defensivos y de orden, pero también necesita ese plus bajo los palos.