A mí lo que Javier Lambán dijo de Pedro Santisteve no me escandalizó. A la postre, al alcalde de Zaragoza (como a los otros que gobiernan ayuntamientos del cambio) ya le han descalificado reiteradamente sus oponentes e incluso algunos de los suyos. La cosa es así. En los parlamentos británico e italiano, por ejemplo, sus señorías no se abstienen de puntualizar o replicar a voces al orador, y no le dicen guapo, precisamente. En estos temas, como en aquello de los escraches, a los españoles nos sale de los adentros la visión tan poco liberal que tenemos de la vida. A la más mínima se nos arruga la tripita... Salvo a la derecha dura, que se regodeó zarandeando a todo un ministro de Defensa. Bueno, en la izquierda también hay descerebrados, aunque son mucho más marginales y menos orgánicos, porque los del Bloque Negro, los skins rojos o las bandas ultras del independentismo periférico no sé si caben en el espectro ideológico habitual; parecen más bien una extraña consecuencia del estrés urbano.

A la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, también la ponen a caldo. Y le han echado la culpa de las barullos en Gracia, como si ella tuviese algo que ver con los provocadores que montan el follón o con la misma CUP, donde milita una peña bastante peculiar. Algunos le han reprochado sus declaraciones condenando los disturbios... pero, ¡ah!, pidiendo contención a los Mossos. Hombre, teniendo en cuenta las maneras de la policía catalana cuando detiene sospechosos o dispersa manifestaciones, pedirle contención tampoco parece fuera de lugar. Además, esa tesis de que los alborotos en Barcelona son un fenómeno ajeno a la normalidad europea no se sostiene. Váyanse a Francia, donde estos días cunde la rebelión ciudadana contra la reforma laboral, y ya me dirán.

No sé ya por donde iba... ¡Ah, sí!, por lo de Lambán y Santisteve. Que no es para tanto, creo. El presidente ya se ha arrepentido (aunque no mucho porque ayer arremetió contra ZeC sin citar a su jefe). Nada raro en una campaña que no ha de ser ni amable ni razonable. A lo mejor, Pablo Iglesias y los suyos acabarán ganando el premio a los más corteses. O sea...