La Academia del Cine Aragonés brilló el viernes en su cita anual, con una entretenida ceremonia de entrega de los Premios Simón. Alcanzó la quinta edición anual, y fue sin duda la mejor hasta la fecha. El previsible desenlace de la gala, que ratificó a La Novia de la consagrada y delicadísima Paula Ortiz y permitió a un cómico de otra época como Fernando Esteso sacudirse los últimos restos de caspa, no frenó el ritmo y el ambiente de hermandad reinó en la sala Mozart del Auditorio de Zaragoza. Gracias a la retransmisión de Aragón Televisión todos los aragoneses pudieron comprobarlo.

La buena mano de la academia en el evento fue directamente proporcional a la salud del cine aragonés, que se puso de manifiesto en las diferentes categorías, con candidatos muy notables y buenos discursos. Las instituciones lo han entendido, afortunadamente, y tras años de distanciamiento y frialdad aciertan al mostrarse receptivas con un sector cinematográfico que, como el resto de la cultura, resulta clave para la pujanza real de una comunidad. Hace falta más, sin duda, pero la presencia del presidente del Gobierno de Aragón, Javier Lambán, entre los invitados fue una muestra de este interesante cambio de orientación. Un cambio que, a mi juicio, no fue suficientemente reconocido por los guionistas y actores de la gala, que introdujeron un par de chistes fáciles sobre la política y los políticos que, además de malos, estuvieron fuera de lugar.

Reducirnos como sociedad a una estadística, a un dato económico o a un pacto político no deja de ser precisamente eso, un reduccionismo que oculta el verdadero alcance de una sociedad avanzada. Suelen ponerse como ejemplo la experiencia del cine de animación de Galicia arropado por la Xunta, o las film commission en diversas comunidades, encargadas de vender las potencialidades de un territorio a las productoras. Aragón ya tiene la suya, y ha comenzado con buen pie valorando o apoyando proyectos diversos de cineastas como Carlos Saura, Miguel Ángel Lamata o Nacho García Velilla. También parece muy relevante el impacto positivo de la propia cadena de TV autonómica, que hace apenas unos días presentó un estudio que puso de relieve su impacto positivo en el sector audiovisual de Aragón. El retorno de la inversión es claro: por cada euro que se invierte en la Corporación Aragonesa de Radio y Televisión se generan 1,9 euros. Por no citar el desarrollo y la proyección de los festivales de Huesca, y, más recientemente, el que están alcanzando los de La Almunia de Doña Godina o Fuentes de Ebro, jóvenes veteranos ya en la escena española.

Con la distribución comercial pensando en réditos económicos y superéxitos hollywoodienses que navegan sobre el márketing es difícil que cualquier lector medio haya podido consumir alguno de los títulos que el viernes desfilaron por el escenario de la Mozart. Pero seguro que entre alguno de ellos se cuela entre los grandes autores españoles de la próxima década. Muy bien resuelto el vertiginoso y estimulante trabajo que ha realizado el joven Miguel Casanova en Milkshake Express, que recibió merecidamente y en competencia con títulos muy relevantes el premio al mejor cortometraje. Y también el documental de Viky Calavia sobre el recientemente fallecido exhibidor y gran cinéfilo Eduardo Ducay.

Como dijo en uno de los agradecimientos de la noche la directora Paula Ortiz, en Aragón tenemos la virtud de con poco hacer mucho. Una vez más se ha puesto de relieve, con una buena hornada de películas que son exponente del potencial cinematográfico de una tierra de talentos a veces emigrados que hay que luchar por mantener, estimular y promocionar.

Los Premios Simón cumplieron el primer lustro el viernes. Larga vida a los Simón, a la academia y al cine aragonés. Una comunidad moderna y sana os necesita.