La Tierra era el centro del Universo y los humanos, los reyes de la creación. Qué tiempos...Demoledoramente, los avances científicos mostraron la modesta condición astronómica de la Tierra, pequeño planeta de un modesto sistema estelar de una galaxia secundaria, y la discreta dimensión biológica de los humanos, primates de aparición reciente, ecológicamente poco relevantes hasta que empezamos a romperlo todo.

Somos eucariotas, eso sí. O sea, tenemos células de anatomía compleja, con núcleo diferenciado y estructuras varias que, poco a poco, vamos aclarando lo que hacen. Nos quedaba cuando menos ese espacio de superioridad, no como las pobres bacterias, menudencias unicelulares de anatomía simple. Pues ni eso, porque ahora sabemos que su fisiología es prodigiosamente diversa, mucho más eficiente que la nuestra, y capaz de explotar cualquier ambiente imaginable.

Lynn Margulis ha contribuido, creo que como nadie, a valorar y dignificar a las bacterias ante nuestros ojos. Esta bióloga de Boston, nacida en Chicago, comprendió la trascendencia de la célula bacteriana; trastocó la clasificación de los seres vivos con su árbol de los cinco reinos, cuatro eucariotas (los animales, los vegetales, los hongos y los protoctistos, que son los antiguos protozoos y las algas) y uno procariota (las bacterias); propuso la teoría de la simbiogénesis, que explica la célula eucariota como una integración simbióntica de varias células bacterianas; y formuló, conjuntamente con James Lovelock, la famosa hipótesis Gaya (la Tierra como macroorganismo). Impresionante.

Nos acaba de dejar, a los 73 años. Éramos buenos amigos. Contribuyó decisivamente al éxito de Biosfera, la obra enciclopédica de redacción colectiva que dirigí en los años 90 y de la que se mostraba entusiasta (propició su versión inglesa). Recalaba a menudo por aquí, seducida por los tapices bacterianos del delta del Ebro. Nos deja un inmenso legado y un enorme vacío.