Como decía el otro día Inocencio Arias, la diplomacia se asienta en gestos. El problema, sin embargo, es que en España los debates sobre la política exterior solo tienen ya en cuenta esos gestos reales o imaginarios. En vez de profundizar sobre el complejo esquema de intereses, de vocaciones geoestratégicas y culturales, de afinidades históricas y las demás razones de fondo que impulsan las acciones de los estados más allá de sus fronteras, lo que aquí llama la atención de los medios y del Parlamento son las palmaditas en la espalda, los pies encima de las mesas, la cara de Condoleezza (cuyo rictus habitual exterioriza una mala leche impresionante), el "hola,amigo, ¿cómo estás?" y otras formalidades que cada vez significan menos para lo bueno o para lo malo.

Según Rajoy, el actual Gobierno es el "hazmerreír mundial" por sus dificultades para lograr que Bush palmee la espalda de Zapatero o comparta con él paseos por el rancho. A su vez, rebotados por la arremetida de la oposición conservadora, tanto el actual presidente del Gobierno español como Moratinos, su atribulado ministro de Exteriores, han replicado con agudas ironías. Pero ahí se está quedando el debate político. En cachondeos y bobadas.

ACASOel éxito o el fracaso de política exterior española queda definida por los gestos de Bush y sus colaboradores? En realidad, no. España no es el hazmerreír de nadie y Zapatero (como Moratinos) mantienen una muy activa agenda de entrevistas con líderes mundiales. Se está generando un panel de acuerdos de colaboración con países especialmente interesantes, se ha recompuesto el entendimiento con los grandes socios europeos y, aunque parezca anecdótico, se han obtenido éxitos diplomáticos como el triunfo de la candidatura de Zaragoza a la Expo 2008 (que la prensa italiana atribuyó sin asomo de duda a las simpatías de que goza en el mundo el Gobierno español). ¿Cuál es entonces el problema?

El problema radica en que la Administración norteamericana tiene una visión de nuestro 14-M que encaja bien con el análisis catastrofista del desairado Aznar ("¡Ha sido una victoria de los terroristas!"), pero muy mal con los sentimientos y las actitudes del pueblo español. En sus respectivas jornadas electorales de marzo y noviembre del año pasado, España y Estados Unidos cruzaron a la contra sus decisiones. Y ni Bush ni los suyos (crecidos tras la victoria sobre Kerry) podían olvidar de hoy para mañana que Zapatero había decidido evacuar Irak.

Es éste un desencuentro importante; sin embargo convendría analizar mejor los últimos giros tácticos de los halcones norteamericanos. La visita del presidente de los Estados Unidos a Europa y su aceptación de la UE como único interlocutor indica que en Washington son conscientes de sus limitaciones a la hora de mantener su unilateralismo intervencionista. La Casa Blanca no puede simultanear la aventura de Irak (con su apéndice afgano) con otra operación democratizadora en Irán o Siria, y no digamos en Corea del Norte. Tal vez haya suficiente potencia de fuego, pero no hay tropas suficientes ni recursos económicos. Bush no ha venido al Viejo Continente a perdonar a nadie, sino a buscar ayuda. Y los principales líderes europeos (salvo Blair, por supuesto) le han dado buenas palabras, le han ofrecido algún gesto de buena voluntad; pero han procurado no comprometerse demasiado. Chirac y Schröder han advertido que la OTAN debe europeizarse .

EN ESTEcontexto, la Administración norteamericana querrá mantener todavía alguna distancia con España, el único país que hubo de escenificar un giro de ciento ochenta grados en relación con Irak. Ahí juegan los famosos gestos, que no van mucho más allá. Ni España sacó nada en limpio por el hecho de que Aznar saliese hablando tex-mex de sus reuniones con el jefe del Imperio, ni va a sufrir ninguna gran desventaja como consecuencia de que Zapatero no se pusiera de pie cuando le pasearon por delante las barras y las estrellas.

Una cosa es el teatro y otra las cuestiones de fondo. Mejor que nadie debería entenderlo la derecha española, que hoy se deja llevar por sus arrebatos ideológicos (lo cual no casa bien con una política exterior realista) y su obsesión por los gestos. Sólo así se entiende que quienes lamentaban que la tensión entre Zapatero y Bush y nuestro reaproximación al mundo árabe nos costase un contrato para mantener las corbetas de la marina israelí, ahora le hagan ascos al acuerdo para vender patrulleros y aviones militares a Venezuela. Qué poca sustancia.