Esta semana contaremos con la presencia en Zaragoza de una de las plumas que de manera más incisiva ha analizado el actual sistema neoliberal, Christian Laval. Laval que, junto con Pierre Dardot, constituye uno de esos raros ejercicios de escritura a cuatro manos que la historia del pensamiento nos ha dado, y en el que tenemos insignes antecedentes en Marx y Engels, Adorno y Horkheimer o Deleuze y Guattari, está llevando a cabo, por un lado, una minuciosa analítica de las sociedades contemporáneas y, por otro, una reflexión sobre los modos y maneras de construcción de una alternativa a las mismas.

En libros como La nueva razón del mundo y La pesadilla que no acaba nunca, Laval y Dardot exploran los múltiples mecanismos de dominio existentes en las sociedades neoliberales y que tienen como resultado una realidad de la que la democracia, aunque formalmente existente, ha desaparecido casi por completo. El neoliberalismo aloja en su interior un proyecto profundamente antidemocrático, que desprecia a la ciudadanía, a la que solo entiende en su faceta consumista, e implementa un gobierno de las élites que, a través de la constitucionalización de ciertas normas económicas (recordemos esa modificación de nuestra Constitución llevada a cabo por PP y PSOE en la que se ponían por delante los intereses de los poderes económicos frente a los de la ciudadanía) y el vaciado de competencias de los gobiernos nacionales, se blindan ante cualquier pretensión de llevar a cabo políticas en beneficio de la mayoría social. El caso de Grecia, recurrentemente citado por estos autores, es paradigmático en ese sentido, en la medida en que estructuras europeas carentes de legitimidad democrática impidieron el desarrollo de las políticas que la ciudadanía griega había decidido en las urnas.

El neoliberalismo, por otro lado, utiliza las crisis como un instrumento para el desarrollo de sus políticas. La crisis es el biotopo específico del neoliberalismo, pues a través de las situaciones de crisis, el neoliberalismo encuentra las coartadas perfectas para llevar a cabo unas reformas que, lejos de hacer frente a las crisis, las agravan en sus aspectos sociales. No en vano, lo estamos viendo, en la actual crisis ha aumentado el número de grandes fortunas, al tiempo que se ha precarizado hasta el extremo el trabajo y aumentado la pobreza. Asistimos a una situación en la que los salarios y derechos de los trabajadores han sido tan erosionados, que las empresas que se fueron en busca de mano de obra desprotegida en otros lugares del mundo, regresan a Europa, donde las condiciones laborales se están tercermundializando. Es lo que en alguna ocasión he denominado la «deslocalización de la deslocalización».

Pero donde el neoliberalismo se aplica de una forma más decidida es en la construcción de los individuos en función de las necesidades del sistema. Como decía Jesús Ibáñez, «el sujeto es el objeto mejor producido por el capitalismo». Y esto lo profundiza el neoliberalismo, que ha hecho del proyecto de construcción de sí uno de los objetivos sociales. Los sujetos se han de responsabilizar por completo de lo que son, han de ser empleables, sanos, competentes, y si no lo son, es exclusivamente responsabilidad suya, porque no están suficientemente formados o no se cuidan lo suficiente. Algo que se desmiente con sencillez analizando la distancia entre la cualificación de los trabajadores y los empleos que desempeñan. Pero se trata de que el sujeto se mire a sí mismo, como origen de los problemas, y que no mire a las condiciones sociales que provocan su situación.

El neoliberalismo se caracteriza, por otro lado, por su pretensión de llevar a manos privadas lo que es común. Como ya sucedió en la Europa de los siglos XVI al XVIII, cuando campos y bosques comunales fueron arrebatados a sus propietarios y pasados a manos privadas, generando una intensa proletarización social, en la actualidad otro bienes comunes (o públicos) como el agua, la sanidad, la educación, las pensiones, son progresivamente privatizados, a mayor beneficio de los poderes económicos y en detrimento de la mayoría, como bien analizan En Común.

Por ello, una de las estrategias políticas para construir una alternativa social pasa por desarrollar políticas de lo común en las que la mayoría social vea protegidas sus necesidades. Para ello, Laval y Dardot entienden que es precisa una revisión crítica de las experiencias revolucionarias de la izquierda, cuestión que abordan en su último libro, La sombra de Octubre. Creo que todos estos son argumentos para entender que la presencia de Laval en la Universidad de Zaragoza el próximo miércoles a las 19 horas en el aula 2 de Filosofía y Letras es una magnífica noticia. Les esperamos.

*Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza