Ni la más perversa de las mentes habría imaginado una explicación a lo sucedido con el vuelo de Germanwings como la que, salvo que se conozcan nuevas sorpresas, detalló el jueves Brice Robin, el fiscal de Marsella que investiga el caso. Ante hechos tan impactantes caben, naturalmente, numerosos análisis, como los que proliferan estos días. Pero de forma más mundana, también pueden aprenderse varias lecciones. La primera, obvia y aplastante, es que somos muy pequeñitos ante un destino incierto. Y que, como le ocurre a todo el mundo que es víctima de un accidente, sea del tipo que sea, la vida puede quebrársenos o simplemente terminársenos en un miserable instante. ¿Quién no se ha puesto en la piel del pasaje de ese Airbus o en el de sus familias? En segundo lugar, que, por paradójicamente cruel que resulte, el avión sigue siendo el medio más seguro para viajar. Que el suceso no obedezca a un fallo mecánico o tecnológico y sí a la acción de un asesino o un enfermo disipa algunas dudas sobre esta teoría. Especialmente en lo tocante a los vuelos low cost. Otra cosa es que las compañías hayan de revisar protocolos relativos al acceso a las cabinas de sus aeronaves y, sobre todo, a las facultades de sus pilotos, responsables últimos de la seguridad de los pasajeros. Una última conclusión guarda relación con la ejemplar y exquisita actitud que exhibió el fiscal Robin. Informó del contenido de la caja negra hallada en cuanto pudo. Una envidiable muestra de transparencia, eficacia y diligencia.

*Periodista