A nadie se le escapa que nuestra existencia pasa, cada vez más, por el tamiz de las normas y no me refiero a las normas sociales sino a esas otras bastante más numerosas y expeditivas que orientan, condicionan y hasta controlan nuestra existencia, ya saben, las normas jurídicas. Cuando uno de los más grandes, pero también, a la vez, de los más pequeñospor su falta de escrúpulos morales y su exhibición autocomplaciente de incoherencia, Rousseau, decía "No hay libertad sin Leyes, ni allí donde hay alguien por encima- la libertad sigue siempre la suerte de las Leyes, reina o perece con ellas" no podía sospechar, no estaba en condiciones de intuir que el Derecho, mucho más que la suma de sus Leyes acabaría inundando nuestras vidas alejándonos cada vez más de la idea de justicia y acercándonos "peligrosamente" a la de Administración como si ambas fuesen o pudiesen ser alguna vez la misma y anhelada cosa. En el camino del XVIII aquí muchas cosas han cambiado, hay quien incluso, individual o colectivamente parecen haberse convertido en algo así como coleccionistas de leyes, por jugar con el título de la novela y la película. Aunque, puestos a recordar relatos y cine, de entre las muchísimas posibilidades que ambas artes nos ofrecen, me quedo ahora con el espeluznante Proceso de Kafka donde el agobio y la opresión, sentidos por el protagonista, Josef K, son perfectamente comprendidos y plasmados con fría brillantez en la versión cinematográfica de Orson Welles. La multiplicación exponencial de las normas, que algunos han dado en llamar hemorragia legislativa, y la opacidad de la Administración de Justica, ante la que el ciudadano puede llegar a verse convertido en súbdito a fuerza de desconocer qué ocurre en cada momento y qué puede esperarle, hacen que el Derecho llegue a resultar menos liberador y emancipador de lo que los ilustrados desearon y planearon. En esa evolución, que no progreso, poco ayuda el nuevo perfil que en Occidente hemos ido generando, dejado atrás el homo faber, ahora es el consumo el que nos caracteriza, el lema "consumo, luego existo", impregna y absorbe nuestra humana condición hasta el punto de haber alcanzado también al Derecho, y convertidos en consumidores de Derecho, aspiramos a que él se ocupe de todo, pero no necesariamente de todos.

Sospecho que tras la proliferación normativa está, entre otros motivos, la humana necesidad de seguridad y respuestas pero temo que detrás de esa reclamación a lo jurídico no hay, no puede haber, una única salida pues, por mucho que sea precisamente eso lo que se espera del Derecho, es justamente eso lo que no puede proporcionar. Vivimos de mentiras retrospectivas convencidos de que la verdad siempre es reciente. Y en el número está, creo yo, uno de los problemas. Que no hay verdad sino verdades, que no hay un problema, que a la postre es el mío, sino muchos y que el del otro no es menos importante y, en consecuencia, menos atendible que el mío. Esperamos que el Derecho nos exima de la responsabilidad de decidir, que nos libre de la incomodidad de la conciencia, encomendado su papel al proceso. Sin embargo, nada más imposible pues el Derecho no está para evitar ponernos a prueba sino precisamente para ello.

Profesora de Derecho