Los socialistas, en palabras de su secretario de organización, José Blanco, quieren abrir una nueva etapa marcada por el entendimiento y la búsqueda del consenso y, como prueba de su buena voluntad, han nombrado a José Antonio Alonso portavoz del grupo parlamentario y a Ramón Jáuregui secretario del mismo. Los dos tienen fama de personas eficaces y dialogantes, además, no han estado en primera línea de confrontación en la pasada legislatura.

El deseo de los socialistas coincide con el de la mayoría de los ciudadanos, pero la cosa no es tan sencilla, me temo que los nombramientos de Alonso y Jáuregui no van a ser suficientes. Si bien alguno de los problemas de la pasada legislatura, como el diálogo con ETA, dejarán de ser motivo de confrontación, el encaje de las diferentes comunidades en un único Estado --y no solo en lo relativo al País Vasco-- va a seguir estando presente en el debate político, y teniendo en cuenta que el rechazo a los nacionalismos es una seña de identidad del PP, nada apunta a que en esta cuestión el Gobierno pueda contar con la comprensión de Rajoy. Además, también han sido motivos de confrontación el matrimonio homosexual, la inmigración, la educación para la ciudadanía o la Alianza de Civilizaciones. Es decir, ha habido una confrontación ideológica en toda regla, con participación activa de la jerarquía de la Iglesia, que solo disminuirá en la medida en que se modifiquen los objetivos políticos.

Es en esta dirección en la que el PSOE ha dado los primeros pasos y, aunque Zapatero aclara que quiere diálogo sin olvidar los principios y valores socialistas, ha modificado su proyecto reformista olvidándose de algunas asignaturas pendientes (iniciar un debate sobre la eutanasia, avanzar en la aconfesionalidad del Estado, una ley de plazos para el aborto...) necesarias para avanzar en la consolidación de una sociedad democrática. Está bien que se apueste por una legislatura tranquila pero, ¿a qué precio?

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