Desde luego, no supone ningún hallazgo llegar a la conclusión de que algo va rematadamente mal cuando un tercio de las jóvenes españolas considera inevitables o aceptables algunas conductas machistas, como que sus parejas no les permitan trabajar o controlen sus horarios. La cosa todavía pinta peor si se tiene en cuenta que ese porcentaje ha crecido con respecto al pasado año. Los resultados de la encuesta que para el CIS ha coordinado Verónica de Miguel no solo revelan que vamos para atrás, sino también que las políticas de igualdad de género impulsadas por unos y otros en un país aún tan sexista se saldan con un estrepitoso fracaso. Por eso, urge que la batalla contra la violencia machista no se quede en combatir los asesinatos y las agresiones físicas. Resulta obvio que existe otro tipo de violencia, más callada y menos visible, pero que aparece como preludio seguro de las desgracias que se relatan después en las páginas de sucesos. A desterrar ambas contribuirían sistemas educativos de consenso y una mayor intransigencia social contra hábitos retrógrados que atentan contra la dignidad de la mujer. Esta semana, una oyente llamó a una emisora de radio y, tras contar sus muchas vicisitudes personales y laborales dado su género, confesó en antena que su sueño es que cuando su hijo se haga mayor crea que su madre fue una "leona". Que se cuenten millones de leonas da muestra de la desigualdad imperante y saca las vergüenzas de muchos hombres, ignorantes de que sin ellas no somos nada. Periodista