Mariano Rajoy ha ratificado que su principal preocupación es preservar y mantener la política económica acorde, en lo general, con las directrices europeas. Cómodo en su propio ensimismamiento, no deja espacio para la autocrítica; su idea de España está muy por encima de la que pueden sufrir cotidianamente los españoles. Tiene una habilidad innata para saber ponerse de perfil, cualidad de la que presume, y a la vez sacar pecho por el crecimiento macroeconómico del 2,7%, detalle que sin embargo no ha servido para que la Comisión Europea saque al país del procedimiento de déficit excesivo del que sí ha salido Portugal, que ha cumplido con un programa mucho más social.

Su subordinación a Bruselas le lleva con la lengua fuera para poder atender sus «recomendaciones», aunque más de una cae en el olvido, empezando por la lucha efectiva contra la corrupción. La lista de suspensos incluye normas para hipotecas y desahucios, una mayor eficiencia en las inversiones, la promoción del empleo indefinido y otras medidas susceptibles de estudio, como la implantación de una renta básica, que refrenda incluso la OCDE.

El aspirante a maquinista de la «locomotora europea» no parece enterarse de que el país que gobierna es el segundo de la UE en subempleo y en desigualdad, ni tiene respuestas para asuntos tan claves como la política energética, el modelo productivo o la apuesta por la formación en la juventud. Ahora que presume de haber impulsado un par de subastas de renovables habría que recordarle el frenazo dado a las mismas por el Gobierno del PP en el 2012 mediante decreto ley, o la creación del posterior «impuesto al sol», iniciativas difíciles de entender en paralelo a la incesante escalada de subidas del recibo de la luz de los últimos años (por no hablar de la «refacturación» que vamos a sufrir este mismo mes de mayo).

Por otra parte, hay un celebrado revival del turismo desarrollista de los 60 pese que no se traduce tanto en riqueza como en precariedad (doble cifra de turistas que Francia, mismos ingresos). Mientras, las becas Erasmus se han reducido en un 50% en seis años. Es el legado de quien perdió unas elecciones en el 2004 tras una escandalosa mentira, las volvió a perder en el 2008, y las ganó en 2011 por otro hecho ajeno: la penosa gestión socialista de la crisis. Eso sí, hoy volvería a ganar. Quién sabe si de la mano de su propia ley de la mecedora: «A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión». H *Periodista