Alberto Zapater es, seguramente, uno de los mejores capitanes en la historia del Real Zaragoza. Quizá no tiene demasiado sentido establecer un ránking en el que aparecerían también Violeta, Yarza, Aguado o Señor como las figuras más representativas del club en esta función, pero el de Ejea ocupa, sin duda, un lugar de privilegio entre todos ellos. Establezcan ustedes el orden. Es lo de menos. Convendrán conmigo, en todo caso, que Zapater ya es leyenda de la entidad. Por mucho más que su fútbol. Por carisma, liderazgo, honradez, humildad. Por nobleza. Por valor. Por bandera. Por orgullo. Se diría que la letra del himno del Zaragoza se escribió pensando en él. Porque el león de Ejea encarna todo eso y más. Zapater, repito, es, sin duda, uno de los mejores capitanes en la historia del club. Ya es leyenda.

Como usted, él sitúa al Zaragoza por encima de casi todo. Ha podido con todo y con todos. Con los que quisieron retirarle y le dieron la espalda cuando todo iba mal. Fracasaron. Casi lo consiguen los malditos problemas de salud que le mantuvieron casi dos años inactivo. Tampoco entonces claudicó. Y volvió. No se recuerdan muchos casos semejantes. Pero es que Zapater siempre vuelve. Así lo prometió cuando, hace nueve años, tuvo que salir de su casa porque no le quedó más remedio. Aquellas lágrimas perviven grabadas a fuego en el corazón del zaragocista.

No hay futbolista más querido que Zapater para la Romareda. Ídolo, espejo, símbolo. Hijo, hermano, padre. El canterano es todo eso. Y más. Es el Zaragoza. Su razón de ser. Como la suya. Como la mía. Se lo ha ganado a pulso. No es este un estadio que regale amor. Ni siquiera halagos. Su nivel histórico de exigencia ha hecho sufrir a futbolistas de primer nivel que han sido silbados por la afición. No es el caso de Zapater, un futbolista del que no se recuerda un mal gesto ni una mala palabra. Porque el de Ejea habla y juega con el corazón. Y eso es más que suficiente para los suyos, rendidos y entregados por siempre al "Zapater, te quiero"

Su gol en Soria puede ser vital para volver a casa. A Primera. Y su partido, otro más, volvió a dejar patente que, además de ser un referente fuera del terreno de juego, también lo es en el césped. Quizá ya no tenga veinte años, pero su temporada es excepcional. Supongo que ya no habrá dudas de su capacidad de adaptación a un costado del rombo. Como no debe haberlas de su capacidad para jugar en el mediocentro. O de lateral. O de central. Porque Zapater ya no tiene nada que demostrar. Ni a otros ni a sí mismo. Pocos merecen el ascenso más que este futbolista, capaz de emocionarse todavía cada vez que se pone el brazalete y que moriría en el campo si fuera menester.

Zapater es usted. Zapater soy yo. Zapater es el Real Zaragoza. Un capitán para la historia. Mi capitán.