A veces es bueno situarte justo enfrente de tus contradicciones, tirar de un lado y de otro y hacerte fuerte en lo que te construye. Te escuece la realidad pero no sabes si de tanto dolor, lo que has procurado es hacerte una costra y vivir debajo. En una ficción acogedora en la que puedes intervenir pero de la que no puedes salir. Como si las heridas comunes fueran tan grandes que nada se puede hacer porque no pasen. Pero la sociedad no puede morir desangrada, por más que la frase "otro mundo es posible" suene cada vez más a ingenuo eslogan de una marca de refrescos.

El otro día una conversación con amigos me llevó a las mismas dudas. Nos decíamos que hay que dibujar nuevos mapas de lo posible. Inventar la ficción que nos cobije, creer que puedes hacer por construir grietas a empujones y a partir de ellas que la realidad se empape de lo que has imaginado. Y te planteas que somos muchas las personas que estamos pensando en construir un sistema distinto aunque no sepamos cómo, o dónde ponernos o qué hacer para ser más efectivos. Parece que todos encontramos nuestro recoveco en el que poder construir de otra manera pero no acabamos de intuir cómo articular las energías para conseguir el desarme definitivo de un sistema que nos ahoga. Quizás no se puede pensar en la transformación del todo y sí en la suma solidaria de las partes. Mi temor es que ante las insistentes bofetadas a nuestros derechos cunda la frustración y haga callo la desesperanza, y ya no podamos pensar a navajazos sino a pellizcos. Que la precariedad nos incline al individualismo, a la preocupación por la subsistencia inmediata y nos olvidemos de soñar con algo más. El más mezquino éxito de la domesticación del poder es que lleguemos a pensar que nada de lo que podamos hacer consiga cambiar nada, porque en el momento en el que no imaginemos lo distinto, habremos matado la posibilidad de hacer de otro modo.

De repente llegó Cecilia y su restauración del Ecce Homo. Y te enseña que se puede pensar y agotar las palabras para hablar de la emoción y se puede dar un beso en la boca. Ella tenía una realidad fea, llena de humedad y a la que nadie le hacía caso. Se deja de imposturas, poses de falsa complejidad, dictámenes canónicos y hace. Y sacude un sistema que acostumbra a dejar morir las cosas con sólo matar las posibilidades de hacer y las ganas de que nos apropiemos de imaginarlo distinto. Imaginar es dar donde duele. Hacer, un alegato subversivo.

La acción de Cecilia me llevó a pensar en la ocurrida hace unos meses en el museo de Ostwall en Dorrmund donde una limpiadora destruyó con una bayeta la obra "Cuando los tejados comiencen a gotear" de Kippenberger. Dicha obra estaba valorada en 800.000 euros. La limpiadora simplemente quería limpiar la mugre acumulada. Vila-Matas se refirió a este caso en un artículo en el que consideraba este hecho como un símbolo que "nos recuerda que para evitar las grandes estafas sólo es necesario que la buena gente se rebele". Gente dispuesta a imaginar y preparada para limpiar la mugre de un sistema que necesita ser restaurado.

Activista Cultural