Hay lectores que me reprochan algún tipo de animadversión aguda contra el deporte. Cada vez que hago las coñas de rigor sobre el Zaragoza (y anda que no da juego el temita), Motorland y su Gran Premio o cualquier otro negocio similar, estas buenas gentes que digo aseveran que no entiendo de la cosa y que, en todo caso, por mi boca habla alguien que aborrece el sano ejercicio y la estimulante competición. Pero no es así. Claro, que convendría aclarar en qué consiste exactamente el deporte. Porque una cosa es jugar al fútbol, subir una montaña o pedalear por la carretera, y otra analizar desde un enfoque realista y crítico el gigantesco negocio del deporte-espectáculo. Servidor hace, modestamente, las dos cosas.

¿Deporte? ¿Se refieren ustedes a eso que controla la FIFA, organización cuya naturaleza criminal está ya fuera de toda duda? ¿O a la martingala que se traen entre manos los promotores de las grandes pruebas, campeonatos, mundiales y juegos olímpicos? La corrupción, los sobornos y el tráfico de influencias son habituales en ese mundillo manejado por auténticas mafias (lean, si les place FIFA.Mafia, del periodista alemán Thomas Kistner, y entenderán mejor el escándalo que ha dejado ya fuera de juego a los jerarcas Blatter y Platini). Y ya ven que prefiero poner el foco sobre las alturas del bisneo. Por no entrar en detalles sobre los atletas dopados o las figuras que escamotean sus multimillonarios ingresos para defraudar al fisco.

La participación deportiva en el negocio del entretenimiento es muy importante (sólo la FIFA facturó 2.000 millones de dólares en 2014). Y tiene una característica tan significativa como inquietante: la apropiación de fondos públicos a enorme escala. El dinero de todos paga estadios, circuitos y los demás escenarios del espectáculo. Empresarios que manejan la exclusiva de los grandes campeonatos (como Ecclestone, el de la Fórmula Uno, o la sociedad Dorna, la de los GPs de motociclismo) cobran directamente a los gobiernos de turno elevadísimas tarifas sólo por montar cada prueba.

Lo cual me parece vergonzoso. Por lo demás sí, me gusta el deporte.