Luis Aragonés llamaba el pasillo de seguridad a la columna vertebral de sus equipos, un concepto nacido de trazar una línea imaginaria desde un extremo del campo al otro y que incluye las figuras del portero, un central, un centrocampista y un delantero. Los pilares que sobre sus espaldas sujetan toda la estructura, las piezas fundamentales a partir de las que edificar el resto. Por lesiones, por sanciones y también porque la diferencia de categoría individual entre un jugador y su competidor por el puesto es muchas veces imperceptible, Lluís Carreras no tiene en este Real Zaragoza un pasillo de seguridad sustentado en cuatro nombres que sostengan el colectivo por sí mismos. Acaso Guitián y Javi Ros podrían merecer esa consideración.

El éxito de Carreras no ha sido ese. Ha sido construir un equipo no dependiente, capaz de ganar con Ángel en estado de gracia y sin él, empujado por la aparición estelar de Dongou o con el camerunés sin pisar el césped. Con las gotas de genialidad de Lanzarote, las carreras de Hinestroza, con algún gol aislado de Pedro, la personalidad en el nacimiento del juego de Erik Morán, las cabalgadas por la banda izquierda de Rico o con Campins o Isaac, tanto monta, monta tanto. O sin ellos.

El triunfo de Carreras ha sido fabricar un equipo que ha llegado a la fase decisiva con todas las posibilidades, en el que hay cuatro o cinco jugadores más importantes que el resto, pero en el que salen unos y entran otros y la competitividad se mantiene. Dorca es el ejemplo paradigmático: su temporada parecía perdida y ahora su titularidad está bien ganada. Carreras no tiene un pasillo de seguridad, y no puede tenerlo con un portero que transmite esa inseguridad, pero ha logrado que el Zaragoza sea seguro implicando a casi toda la plantilla y sacando de cada cual el rendimiento que tiene.