Anda el presidente de la Generalidad, el honorable (por ahora) Puigdemont vendiendo su Cataluña independiente por Estados Unicos, que es como pretender colocarle un scalextric a la General Motors. El Puigdi y su ministro de Exteriores, Romeva, no contentos con haber hecho el ridículo en Europa, prueban suerte en la corte de Donald Trump, a ver si alguien les compra la mercancía tarada, si aparece algún iluminado que quiera independizar Oregon, California, Florida, un inversor loco que les compre el bono catalán y el futuro.

Puigdemont, a la vista está, no es político de tantas luces como su maestro Jordi Pujol. Si había que cruzar el charco, a su familia, más que territorio USA, le iba visitar Panamá, Bahamas o Caimán, y gracias a sus principios y amistades todo les fue mucho mejor. Recibían más apoyos, hasta herencias, premios y donaciones, e incluso los chiquets, por no sentirse incómodos, se legaban de unos a otro de medio en medio milón de euros para descargarse la cuenta y la conciencia, y que todo quedase patriarcal y muy catalanamente en casa.

Pero la felicidad eterna no es posible y con ese antipático personaje que ha sido Artur Mas el negocio independentista de Pujol, Alavedra, del clan del Palau, de los listos, en definitiva, se ha ido al garete y hoy son los menos dotados, Homs, el curita, Carme Forcadell, doña currutaca, el beatle Puigdemont quienes empiezan a darse cuenta de que con los cargos inhabilitados, con las cargas financieras, con las sedes secuestradas, con la policía en casa y los jueces pidiendo facturas no se puede hacer otra cosa que salvar los muebles, y a lo peor ni eso.

Y eso que Mariano Rajoy, que es otro mueble, en su inmensa bondad, llevado por sus buenos sentimientos hacia la Cataluña civil, la que no representan estos profesionales del secuestro de la voluntad popular, está dispuesto a soltar la mosca. Animado por su socio de Ciudadanos, Albert Rivera, el gobierno soltará cerca de cinco mil millones de euros en tres años, que caerán como maná sobre las infraestructuras de Catalonia, aeropuertos, canales y puertos, estaciones, corredores y canalizaciones (¡ojo a ese trasvase!, Albert), mientras ahí al lado, en este Aragón de obediencia constitucional, donde no hay independentistas ni locos de atar, las vías de cercanías son como del far--west, no hay pasos fronterizos y no se esperan inversiones. ¿Hay quien lo entienda?