Los fundamentos del pensar occidental se asientan sobre una lógica dual que se caracteriza por un par de opuestos excluyentes: el ser es, el no-ser no es, decía Parménides. Aristóteles se encargó de armar el aparato lógico del razonamiento sobre esa base, que se explicita de la forma más clara en el principio de no contradicción. Para salirnos del lenguaje especializado, podríamos decir que nuestro sentido común se ha construido sobre la idea de que lo bueno se opone a lo malo, lo blanco a lo negro, lo correcto a lo incorrecto. Lo que, con la simplificación que también preside generalmente el razonamiento, especialmente en nuestra época de medios de comunicación de masas, si alguien es malo, el que se le opone es bueno, si algo es correcto, lo que se le opone es incorrecto.

Viene esto a cuento del modo en que los ciudadanos de las sociedades mediáticas afrontamos la realidad. Ciertamente, la dinámica de los medios, al menos los audiovisuales, no es propicia para análisis serenos y detallados, y las informaciones pecan de un simplismo que suele acabar en la presentación de buenos y malos. Pero más allá de las cuestiones técnicas, y de la pereza profesional, hay una apuesta ideológica que pretende convertir la realidad en un juego de conmigo o contra mí.

Observando los acontecimientos de Ucrania, me decía lo complicado que resulta tomar partido por alguna de las voces reconocibles. Si hablamos de los actores externos, Putin es la expresión de una plutocracia corrupta que nada tiene que ver con posiciones democráticas. Pero Obama, cuyos drones recorren el planeta asesinando a gente sin ningún tipo de garantía judicial, cuyas tropas aniquilan a civiles inocentes allí donde se les antoja, tampoco se me presenta como una opción democrática. Los actores internos son todavía más confusos. El Gobierno de Kiev está compuesto por varios ministros pertenecientes a un partido neonazi, xenófobo, homófobo, antidemócrata, las barricadas de Crimea eran defendidas con retratos de Stalin. También es cierto que mucha de la gente que se movilizó en Kiev lo hizo contra un gobierno corrupto y que en las barricadas prorrusas del este del país se pueden leer eslóganes contra el fascismo. Es decir, que hay fascistas entre los proucranianos y entre los prorrusos, y demócratas entre unos y otros.

La guerra fría fue la expresión más clara de esa lógica dual. Pero una vez caído el muro de Berlín, la cosa se ha mantenido igual. En las guerras del Golfo, había que elegir entre Sadam y EEUU, en las de Yugoslavia, entre Milosevic y Solana, en Libia, entre Gadafi y Occidente, en Siria entre Al Assad y los rebeldes. El caso del Tibet es todavía más sangrante. Para liberar a los tibetanos del totalitarismo chino hay que alinearse con una panda de monjes feudales de perfiles teocráticos. Y la democracia, ¿dónde queda? En realidad, la elección siempre está implícita en la propia alternativa, puesto que como Sadam, Milosevic, Al Assad o Gadafi son tan malos, es inconcebible no elegir lo que se les opone. Y en esa elección se nos dibuja el mundo de nuestro presente: un mundo en el que los Bush-Clinton-Obama y Javier Solana-Aznar son la expresión de lo políticamente correcto. Es lo que tiene la obligación de elegir entre impresentables.

EN NINGUNO de esos conflictos me he alineado con ninguno de los bandos. Aunque ello haya servido para que los bienpensantes me hayan alineado con el bando de los malos. Intentando una opción más razonada y razonable, acabas siendo expulsado, por lo simplificadores interesados, al bando de los malos.

En fin, la política debiera ser algo más complejo que blanco o negro, Sadam o Bush, PP o PSOE. Especialmente porque esas alternativas suelen resultar falsas alternativas. Es preciso huir de esa simplificación que implica la lógica dual. Jesús Ibáñez, el magnífico sociólogo español, lo ejemplificaba a través de la parábola del maestro zen. El maestro dice a su discípulo, mientras blande, amenazador, un palo sobre su cabeza: si dices que este palo es real, te golpearé con él, si dices que no es real, te golpearé con él. No se trata de elegir. Se trata de coger el palo y romperle la cabeza al maestro.

Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza