Hay pueblos que ya no están en los mapas, que fueron sepultados por los pantanos y que ahora duermen bajo el agua, existiendo ya sólo en el corazón y la memoria de quienes los habitaron. Hoy en día mientras algunos tan solo ven en los pantanos el espejo del cielo, otros siguen escrutando sus aguas con el recuerdo, zambulléndose en ellos guiados por la memoria sumergida, hasta llegar al fondo, en el que ahora sólo habitan los peces. Como es consabido, la memoria e historia funcionan en dos registros radicalmente diferentes, si bien ambas tienen relaciones estrechas. La historia en cierta forma se apoya y nace de la memoria. La memoria --a diferencia de la historia--es subjetiva y por ende emotiva, abierta a todas las transformaciones, susceptible de permanecer latente durante largos períodos para luego poder sufrir un brusco despertar. La obra que Julio Llamazares publicó en 1994 bajo el título de Escenas del cine mudo recogía diversas reflexiones sobre el tiempo y la obsesión del protagonista por atraparlo. Como afirmaba el propio autor, en una entrevista concedida al diario El País "el tiempo es todo en la vida de una persona. Escribimos porque el tiempo se va, todas las artes intentan recuperarlo; la gran utopía de la humanidad es parar el tiempo, y su frustración es no poder hacerlo".

Por su parte Max Aub, consciente de que olvidar es humano y el hombre no es más que un intento de permanecer en el tiempo, apuntaba en sus diarios "Escribo por no olvidarme" . Este querer no olvidar propio del exiliado y la obsesión evidente que a veces se establece con los recuerdos un uso distinto al convencional del tiempo, no sólo a la hora de entender el mundo, sino de expresarlo a través de la escritura. Ya San Agustín relacionaba en sus Confesiones la memoria con el tiempo, al entender esta como el presente de las cosas pasadas. Haciendo uso de las palabras de Emilio Lledó, "ser es, esencialmente, ser memoria". Del exilio mucho saben toda una generación de personas que tuvieron que irse de España, antes por motivos ideológicos, ahora por motivos económicos. Algunos, nos recuerda la historia, optaron por el autoexilio pero lo cierto es que poco ha escrito la historia sobre los que sufrieron un exilio por las aguas.

En 1960 en Aragón se inauguró el embalse de Yesa, provocando el abandono de pueblos como Ruesta, Tiermas y Escó. Se estima que la población afectada fue más de 1.500 personas. Por su parte, la expropiación y plantación de pinos para evitar la colmatación del embalse, afectó aguas arriba los pueblos de Larrosa, Villanovilla, Bescós de Garcipollera, Bergosa, Acín de Garcipollera, y Yosa de Garcipollera, inundándose 2.408 hectáreas de tierras de cultivo. En la magnífica España vacía de Sergio del Molino aparecen dos Españas vacías, una real y otra imaginaria, una histórica y otra más memorística. Ambas necesitan ser recordadas. La sociedad que construimos hoy no puede ni debe ser la sociedad del silencio que renuncia a su tierra por el miedo. Según la ley parece ser que la apropiación de una tierra es lícita porque no es de la sociedad. La tierra no es del paisaje ni del paisanaje que la habita. La tierra es de unos pocos. El Estado a expensas de la sociedad. Inundar la memoria de agua, de esa gente que hace la verdadera historia, la "intrahistoria" unamuniana que nunca poblará los libros de las estanterías, pero que por ello no deja de ser real, quizá es un acto legal, pero desde luego es inmoral juzgar la historia con los criterios del presente.

Los ocho de Yesa protestaron en octubre del 2012, junto a otros centenares de personas, en contra de los funcionarios de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) que pretendían firmar las actas de expropiación para el recrecimiento de Yesa. Las instituciones hechas en teoría por y para la sociedad se empeñan en olvidarse de su legado y hacer uso del poder coactivo, para imponer su verdad. La única verdad, incuestionable, axiomática... las otras verdades, la del mundo rural, la tierra y la memoria de unos pocos, no merecen la pena ser consideradas. El domingo 22 de mayo una parte de la sociedad recorrió las calles de Zaragoza para pedir la absolución a los ocho de Yesa, la libertad de opinión y el derecho a una tierra y a la memoria de la gente que la habitó y la sigue habitando. Una tierra que aunque algunos se empeñen en que pronto no aparezca en los mapas y yazca sumergida en el agua, a día de hoy sigue haciendo historia. El 23 de mayo comenzó el juicio a los 8 de Yesa por el que el fiscal y la acusación particular piden penas de cárcel de 36 años y 300 días y una indemnización de 22.020 euros ¿Restos varados de un nuevo naufragio, de una Lluvia amarilla que no cesa? De aquí a unos años la historia quizá no tiene tiempo para hacerse eco de esta lucha por la tierra, pero por nuestra memoria... esperemos que se haga justicia y sean absueltos de todos los cargos.

Profesor de historia, lengua y literatura