Qué gustazo tuvieron que darse los agraciados monegrinos el día 22 cuando el mundo se puso de su parte. Ejecutivillos cargados de tarjetas con anagramas bancarios corriendo detrás de cualquiera que agitara una botella de cava. Los mismos que durante tres años les habían negado el pan y la sal para cambiar el tractor, financiarles las mejoras en regadíos o la reforma de la cochera iban como locos a la caza de la custodia del décimo. ¡Ahora, que esperen!, decía un nuevo millonario. Algún jefe de oficina que cumplió las órdenes superiores de cerrar el grifo aunque abundara la sed tendrá que pedir el traslado en cuanto se confirmen las nuevas fusiones. Bien lejos, que en los pueblos la memoria se convierte en motor de relaciones y si te han visto actuar duro con los necesitados y babeante con los que, de repente, tienen futuro es posible que ya no te respeten ni unos, ni otros. Y no te digo si ambos coinciden en uno mismo.

Con 700 millones de euros dispersos por la comarca --un 15% del presupuesto de la DGA--, hasta la economía aragonesa notará el repunte y la población ganará en espíritu optimista, carburante vital para enfrentar la crisis de cara, sin bajar la mirada. El Gordo más gordo ha convertido en fortaleza inexpugnable a los recortes las llanuras monegrinas. Eso que se llevan por delante. Los demás seguimos pendientes de la calculadora de Cristóbal Montoro, que echa humo estas Pascuas. Un humo que serán gases lacrimógenos cuando los números se conviertan en decretos. Y solo nos quedará El Niño. Periodista